La bicicleta en su uso más allá de la simple locomoción tiene algo de potro de torturas. Forzar la máquina para marcar un tiempo, romper los pulmones para alcanzar a otro doliente, luchar a la manera del peregrino para avistar una cima implica siempre un masoquismo jadeante. Algo de inquina contra nosotros mismos, contra el cuerpo, tenemos quienes pedaleamos más con la voluntad que con la fuerza.
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