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¿Y si al menos nos une el fracaso?

Pedro Viveros
01 de septiembre de 2020 - 05:01 a. m.

Se ha vuelto normal en las sociedades contemporáneas oír desde el púlpito presidencial o parlamentario lanzar insultos y frases de impacto para poder recoger seguidores o “likes”. Como si el tiempo de las ideas fuera parte de nuestra prehistoria. Nos parecemos más, tanto ciudadanos como líderes, al mundo de inicios del siglo XX cuando tener acento judío o pertenecer al partido comunista era símbolo de ataques y de discursos mesiánicos con alto contenido antisemita y nacionalista. Como bien lo describió Umberto Eco en su ensayo Construir al enemigo: “Tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo”.

Los opuestos tienen costumbres diametrales, si no hay antagónicos no hay posibilidad de subsistir en la arena de la democracia actual. A veces parece que hay que recrear el teatro político con estereotipos determinados para poder tomar la decisión de quién es el rival de turno y saber con certeza si las broncas inventadas ofrecen ventaja para entrar en la lucha política. Uno de los elementos esenciales del relato actual es evitar a toda costa tener puentes para cimentar acuerdos. Es mejor tener orillas. Nos dice Eco “Interés en representar como amenazadores, aunque no nos amenacen directamente, de modo que lo que ponga de relieve su diversidad no sea su carácter de amenaza, sino que sea su diversidad misma la que se convierta en señal de amenaza”. En otras palabras, todo con tal de evitar la posibilidad de romper los espejos que nos dividen.

Pero olvidan que esta vez la supervivencia como mundo no es un elemento ideológico sacado de una manga para ganar elecciones o para sostenerse en el poder. Esta crisis sanitaria, económica y social necesita de soluciones de alta dimensión política. No es el momento simplista de enarbolar banderas para recoger incautos y llevarlos a las urnas, esos momentos precovid nos superaron. Fue tal el ramalazo de este virus que los que lo estaban haciendo bien, fracasaron en el manejo de la crisis por estar cargados de pensamientos doctrinarios. En cambio, aquellos que procrastinaban en el rumbo de su gobierno, cuando apareció el primer caso en Wuhan, fueron pragmáticos y supieron sacar la compasión en su lenguaje de poder y lograron convocar a su alrededor el miedo o la ansiedad por la vida que todos cargamos en la actualidad. Pero viene un problema inédito: la vida después del coronavirus.

Nos asaltan múltiples preguntas. ¿Nos cerramos como sociedad para evitar el contagio de los vecinos internacionales e incluso interdepartamentales? ¿Soltamos todo los recursos fiscales para poder sobrevivir, así desconozcamos las consecuencias monetarias y de salud económica para el país? ¿Cómo vamos a atender a los desplazados climáticos o pandémicos? ¿Alcanzarán los recursos para reactivar la economía y cumplir con los acuerdos de paz al mismo tiempo? ¿Podrá Colombia encontrar un camino real para conjugar la industria y la tecnología? ¿Cómo lograr que miles de familias que salieron de la pobreza o ingresaron a la clase media no pierdan estas condiciones?

La búsqueda insaciable de enemigos de pronto va a tener que esperar porque las “mejores necesidades” no tienen ropaje de ideologías. Parece que hoy es el fracaso el que hace que nos parezcamos. Es recapacitar lo que puede ganarle a lo ideológico. De pronto llegó el momento de dejar de insistir en no ver nada en el otro y de iniciar un dialogo para despolarizar. En ese sentido podríamos también preguntarnos cosas como: ¿Hay uribistas con sensibilidad social? ¿Se puede ser petrista y buena gente al mismo tiempo? ¿En los partidos tradicionales hay miembros no clientelistas? Con esas respuestas de pronto entendamos que esos héroes sí son del tamaño de nuestro enemigo.

@pedroviverost

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