“De golpe” en Colombia puede entenderse, entre otras cosas, como “a la berraca” o “por la derecha”. Pues fue “de golpe” que las tropas del neófito presidente de Ecuador, el derechista Daniel Noboa –que imita a Bukele en su mano dura– se tomaron la Embajada de México en Quito, violando el principio universal de inviolabilidad de las misiones diplomáticas. Ninguno de los argumentos esgrimidos por el gobierno ecuatoriano ante la OEA justifica tal atropello: ni que al asilado Jorge Glas, vicepresidente de Correa, se le haya probado corrupción y cohecho, ni que esté eludiendo la captura que la justicia de su país determinó en 2023. Puede considerarse injusto que México le haya dado asilo, pero el asalto de los policías, con armas largas y escudos, y la violencia contra el jefe de la misión mexicana, Roberto Canseco, son un pésimo precedente. Como explicó María Ángela Holguín, lo que ha debido hacer Noboa para expresar su desacuerdo era, simplemente, negar el salvoconducto que permitía a Glas salir del país.
Casi todos los gobiernos de la región –incluyendo el nuestro, y, milagrosamente, el del argentino Milei– repudiaron el hecho. Muy bien. El Salvador salvó su voto. Pero no deja de ser paradójico que algunos de los tiranos de la región hayan tenido el descaro de pronunciarse cuando ellos todo lo hacen “de golpe”. Maduro, por ejemplo, tuvo el cinismo de hablar de la toma como un “acto fascista”, cuando su gobierno, aferrado al poder, no solo no le da garantías a la oposición, sino que ha incurrido en todo tipo de arbitrariedades y de burlas a los valores democráticos. Dos ejemplos contundentes: la detención de Rocío San Miguel, una defensora de derechos humanos, en una de las cárceles más tenebrosas del régimen, acusada de querer asesinar a Maduro; y las triquiñuelas de las que se ha valido para impedir que Corina Machado y Corina Yoris sean las candidatas de la oposición. Tampoco le dio vergüenza a Daniel Ortega, el tirano que gobierna Nicaragua, que fue capaz de expulsar “de golpe” a los jesuitas, de allanar “de golpe” las residencias de sus opositores, a quienes quitó la nacionalidad, y de asaltar y confiscar “de golpe” la sede de la OEA y la embajada de Taiwán en Managua, romper las relaciones con Ecuador. Y el presidente de México, que con toda razón protestó por el oprobioso allanamiento a su embajada, no aprovechó la oportunidad de tomar distancia de una dictadura cuando dijo: “Sin que nosotros lo pidiéramos, Nicaragua decide romper relaciones con Ecuador y le agradecemos a Nicaragua, porque nobleza obliga”. Todo lo cual prueba que, a la hora de los apoyos, muchas veces pueden más las ideologías que los principios.
Dos perlas: Me sentí gobernada con la lógica del patriarca del Otoño, “consagrado a la dicha mesiánica de pensar por nosotros”, cuando el presidente Gustavo Petro declaró hace poco, a propósito de la Casa de Nariño, que “por mí, la tumbaba (…) y hacíamos una cosa democrática y popular, con los patios abiertos y donde la gente fluya y donde pueda ver a los funcionarios sin que se oculten en esas penumbras frías, haciendo quién sabe qué”. Y cuando dijo, ofendiendo a los geólogos, que “para extraer prácticamente no se necesita cerebro. Una palanca y un tubo, y otro tubo arrastra el petróleo y llega al barco y adiós”.