La percepción que tiene el ciudadano colombiano es que en este momento la situación de orden público ha empeorado y que las violencias de toda índole han ido escalando en distintas partes de la nación. Por un lado está la delincuencia común, con casos tan graves como los asesinatos que vienen dándose entre bandas en Barranquilla y Bogotá, y por otro, la aterradora violencia del Clan del Golfo, la de los movimientos campesinos o indígenas contra mineras o ingenios azucareros que ha dejado secuestros y muertes, la de fuerzas oscuras que asesinan a diario a líderes sociales y la de las disidencias de las Farc, que vienen ensañándose de manera cruel con los firmantes de la paz.
Si esa percepción es real o no es un punto debatible. Es cierto, como dijo el ministro de Defensa, que desde hace seis años se incrementó el número de prácticamente todos los grupos al margen de la ley, algo que puede explicarse en buena parte por la desidia de Iván Duque frente a la implementación de la paz y en parte por la ausencia eterna del Estado en muchas zonas del territorio, copadas hoy por el poder del narcotráfico; pero también, como explican los expertos, las expectativas creadas por el Gobierno Petro han sido tan grandes, que lo que vemos nos hace pensar que la paz total se está yendo a pique. Y es que el que mucho abarca poco aprieta. No se puede atender al mismo tiempo tantos frentes de conversaciones de paz, como está haciendo, de modo frenético, el comisionado de Paz, con una especie de compulsión de fin de mundo y lidiando con los más variados problemas. Entre ellos, la arrogancia del Eln, que según todo indica es el que está poniendo las pautas; la contradicción de seguir en “conversaciones exploratorias” con un Clan del Golfo envalentonado, que se niega al cese al fuego, y el anuncio de que se entra en conversaciones de paz con el Estado Mayor Central, el hiperbólico nombre de las disidencias de Iván Mordisco, a sabiendas de sus amenazas contra los reinsertados del Meta. Como afirma el gobernador de ese departamento, estas disidencias “se están aprovechando de la buena voluntad del Gobierno Nacional con la paz total, aumentaron las extorsiones y están citando a los candidatos de las próximas elecciones”. Es más, Pastor Alape, en entrevista con María Jimena Duzán, sugirió que esas disidencias pueden estar haciendo alianzas con políticos de derecha e incluso intentando sabotear la paz total.
A todas estas, lo más triste es que Gustavo Petro no sólo quiere ahora revisar el Acuerdo de Paz de La Habana dizque porque en él faltaron muchas cosas importantes, sino que ha ignorado recurrentemente a los líderes de Comunes, que han venido denunciando las amenazas de Mordisco a las 200 familias de firmantes de paz en Mesetas, lugar simbólico porque allí se dio la entrega de armas en el Acuerdo de Paz con las antiguas Farc. Lo que les significa dejar sus emprendimientos, sus procesos comunitarios y un arraigo producto de trabajo y sacrificio. El presidente apenas se dignó recibirlos esta semana, cuando los medios insistieron en el caso. Según parece, no le gusta la idea de construir sobre lo construido. Y olvida que, como dijo Santos, el Acuerdo de La Habana está en la base de la paz total.