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Atlántico: Las aguas desiguales del progreso y el poder de lo comunitario

Colectivo ¡Re-Imaginemos!
16 de abril de 2024 - 11:39 a. m.

Este artículo hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en los 32 departamentos de Colombia. Los escritos son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre las publicaciones semanales del proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y sobre nuestro centro de investigación comunitaria, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o X @reimaginemos.

El Atlántico es un laboratorio de desigualdades territoriales concentradas en 3.019 km2. Barranquilla y su área metropolitana cubren casi el 20 % del territorio departamental y concentran más del 80 % de su población. En la zona urbana se concentran también la riqueza, el poder y el imaginario sobre lo que es el Atlántico. Estas dinámicas de privilegio y borramiento recorren la ciudad con su narrativa de la Barranquilla moderna y en progreso. Pero detrás de estas ideas, existe también una ciudad marginada, en la que los modos de vida comunitarios y los territorios ribereños y de ciénagas, los montes, las costas y los patios, no solo se han convertido en epicentros de precariedad, sino que además están en riesgo de desaparecer. Ante estas realidades desiguales, las organizaciones sociales luchan por el sostenimiento de la vida y buscan espacios de incidencia para posicionar modos alternativos de desarrollo. Modos alternativos, que son posibles.

Agua e invisibilidad

Las desigualdades en el Atlántico están permeadas por el agua. En las zonas rurales las desigualdades se marcan por prolongados períodos de sequía y por la apropiación del agua por algunos sectores y actividades. Ejemplo de ello es lo que ocurre en el embalse del Guájaro en el Sur del Atlántico, que sostiene un distrito de riego que prioriza la irrigación de cultivos de palma de aceite y limón de exportación, dejando a la producción campesina de pancoger con un acceso limitado al agua.

En las franjas urbanas del río Magdalena y en la ciénaga de Mallorquín en Barranquilla, el agua es también fuente de conflictividad social. En la ciudad se contrastan visiones del agua muy diferentes. Una que ve el agua como un activo que mueve el mercado inmobiliario; otra que la ve como un recurso para la vida; y una tercera que se apropia violentamente de las rutas del agua para transportar drogas de uso ilícito. Las aguas disputadas que rodean a Barranquilla traen también desigualdades con las inundaciones, deslizamientos y los famosos arroyos, que arrastran las basuras de las zonas marginadas donde aún hoy no hay procesos de recolección de residuos.

La calidad del agua también es fuente de desigualdad. Como lo resalta María Cecilia Roa, investigadora de la Universidad de Los Andes, “al lado de la narrativa de Barranquilla como la “biodiverciudad” en progreso y atractiva para los inversionistas y turistas, persiste la realidad de una ciudad tóxica”. Las aguas contaminadas por residuos tóxicos que deja la actividad industrial afectan día a día a las comunidades, sobre todo a las más empobrecidas. Un ejemplo es la comunidad pescadora de Villa Chipi en el barrio Las Flores, que ha vivido por generaciones del molusco chipichipi. Hoy esta comunidad nos cuenta cómo la contaminación industrial ha afectado la calidad del agua de la Ciénaga de Mallorquín, y con ello, el ecosistema del que depende el chipichipi. La contaminación de la ciudad deja su huella no solo en Villa Chipi, sino también en las paredes de las casas de Juan Mina, y en el aire que se respira en Malambo.

Resistencias urbanas

Para María Correa, abogada y lideresa social del barrio Las Flores de Barranquilla, “estas desigualdades se generan por un Estado que no redistribuye oportunidades, y por un contexto donde las personas no conocemos nuestros derechos y no nos organizamos para hacerlos respetar”. Por eso, María lidera procesos de participación para construir una visión futura del barrio que haga contrapeso a la expansión urbanística que viven esta y muchas otras zonas de Barranquilla, donde hoy se levantan paredes de concreto o grandes edificios. La base de este proceso de planeación participativa del desarrollo ha sido el trabajo comunitario, que también ha construido vínculos con la academia. Así se han desarrollado herramientas como sistemas de información geográfica participativos y comunidades virtuales en Facebook que han servido para fortalecer los lazos de apoyo mutuo, y para compartir información sobre derechos y oportunidades en el barrio.

Las luchas del barrio Las Flores se suman a muchas otras alrededor de la ciudad. Otro caso que vale la pena destacar es el de los pescadores de Malambo, que luchan contra la desecación y contaminación industrial del complejo cenagoso de Malambo. La comunidad de 300 pescadores sabe de la limitada efectividad de las instancias judiciales que han usado para defender sus medios de vida; sabe que los políticos formulan y financian en su nombre proyectos millonarios que nunca se ejecutan. Pero a pesar de tanta injusticia, mantienen vivo el amor por la ciénaga y el legado de los viejos que les transmitieron la esencia de la vida anfibia: ser parte del agua y al mismo tiempo de la tierra.

Más allá de Barranquilla: oportunidades en el Atlántico rural

El Atlántico rural atraviesa una profunda crisis ambiental, social y económica. En buena medida, esta crisis es fruto de la invisibilización de los campesinos y de los territorios rurales en un imaginario de departamento que gira alrededor de la ciudad de Barranquilla. La pregunta que queda hoy es cómo reimaginar y conectar los vínculos entre el campo y la ciudad.

Para Eloisa Berman, geógrafa y profesora de la Universidad del Norte, “la cercanía entre el campo y la ciudad en el Atlántico, ofrecen una oportunidad para integrar al departamento alrededor de la seguridad y la soberanía alimentaria que reduzca las desigualdades que existen hoy”. Un ejemplo exitoso de cómo hacer esto son las asociaciones de mercados campesinos del municipio de Santa Lucía en el Sur del Atlántico, que desde hace más de 30 años traen cada fin de semana toneladas de alimentos para vender a precio justo en los barrios de Barranquilla. Así, estos mercados campesinos sostienen la producción de pancoger en el municipio de origen, reducen el costo de los alimentos en los barrios empobrecidos de la ciudad, y fortalecen los lazos de solidaridad e intercambio justo entre el campo y la ciudad.

Invitación para la acción

Frente a las profundas desigualdades que se viven en el Atlántico, hay experiencias que nos enseñan que la apertura, la solidaridad y la pujanza de su gente son el sustrato fértil para la construcción de una sociedad más justa y equitativa. En el Atlántico, se dan ya pasos para el cambio, y esto lo vemos en las redes agroalimentarias comunitarias, en la investigación comprometida con la comunidad, en la planeación participativa. Y también, en el arte y la cultura, que, a través de lo sensorial, nos invitan a hacernos preguntas y a crear futuros posibles de un futuro menos desigual.

Así lo hace este cortometraje llamado El Arraste (Lo que El Arroyo se Llevó). Una obra del artista Ludovico Droggie inspirada en el diálogo que construimos alrededor de esta columna. A través de su lente y sus palabras, Ludovico captura imágenes de la Barranquilla que no solemos ver. La Barranquilla quebrada, de las márgenes, llena de basuras, que, como las oportunidades, se arrastran por la ciudad. Conócelo aquí.

Coautores: Eloisa Berman, Geógrafa, investigadora y docente. Universidad del Norte; María Correa, Abogada y lideresa social de la Ciénaga de Mallorquín; María Cecilia Roa, Investigadora y docente del Cider, Universidad de Los Andes; Ludovico Droogie, artista interesado en las relaciones entre el medio ambiente y la sociedad.

Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos

 

ALVARO(28865)16 de abril de 2024 - 11:30 p. m.
El Espectador nos debe ahora el reportaje de cómo ENVÍAN DROGA UTILIZANDO LAS RUTAS DE AGUA. Quedamos pendientes. ¿Cumplirá El Espectador?
Chirri(rv2v4)17 de abril de 2024 - 08:46 a. m.
Falta mucha fibra de majagua, mucha sangre campesina, y un calambuco de voluntad de la buena para lograr el equilibrio que el presidente Petro quiere lograr. Los resultados se verán dentro de la mente de los colombianos.
Chirri(rv2v4)17 de abril de 2024 - 08:48 a. m.
Gracias, Eloisa Barman, cuando quieras te llevo a bailar al salón de la alegría.
Duncan Darn(84992)16 de abril de 2024 - 06:53 p. m.
Barranquilla y el Atlántico mi querida región de adopción, de mi niñez , adolescencia y mis afectos, no ha podido superar la división de riquezas y pobrezas. Algún día lo logrará. Espero....de corazón.
John(6792)16 de abril de 2024 - 01:07 p. m.
Excelente aporte, muy bien logrado, qué gran trabajo, los seguiré. Gracias.
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