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El voto en blanco es bello

Reinaldo Spitaletta
31 de octubre de 2011 - 03:12 p. m.

El presagio comenzó cuando vi a varios habitantes de Bello leyendo la novela de José Saramago, Ensayo sobre la lucidez. "Algo va a pasar aquí", se escuchaba el creciente rumor. Y era que, a propósito de haber un solo candidato a la alcaldía de esa ciudad macondiana, la gente quería rebelarse por primera vez en la historia de un municipio caracterizado históricamente por el clientelismo, el desgreño administrativo y la corrupción.

Bello es una ciudad única en su género. Lleva el apellido de un connotado gramático venezolano, don Andrés, y es la cuna (cuando se llamaba Hatoviejo) de Marco Fidel Suárez, denominado el presidente paria, muy buen gramático y perverso mandatario. Fue uno de los que entregó el petróleo nacional a los Estados Unidos, país al que consideró como el “réspice polum” o estrella del norte “que guía nuestra política exterior”. Todo un colonizado.

En Bello, que tiene un cerro tutelar, con mitos y leyendas, el Quitasol, nació la industrialización del Valle de Aburrá, a partir de 1902, cuando se erigió allí la primera fábrica textilera de la región. La primera huelga (por lo menos con ese nombre) que estalló en Colombia, fue la de 1920, cuando más de cuatrocientas obreras, lideradas por Betsabé Espinal, paralizaron la producción. Y, entre otras reivindicaciones, pedían que se las dejara laborar calzadas y que no las persiguieran sexualmente los capataces. Hasta el gerente de la empresa fue señalado como acosador.

Bello es una de las ciudades que ha padecido todos los estigmas. Debido a graves problemas de identidad y de falta de sentido de pertenencia al territorio, hubo administradores locales que la cedieron para que allí se instalara un leprocomio (en Fontidueño); luego la casa de locos de Medellín se la pasaron a su vecino; también sirvió su jurisdicción para la construcción de una cárcel nacional y para la instalación del basurero de Medellín. “Está loco o va pa’ Bello”, se decía en otros tiempos.

Dueña de una cultura obrera durante buena parte del siglo XX, como que allí estaban varias textileras y los talleres del ferrocarril, Bello también fue una ciudad en la que medró el aterrador laureanismo. Como lo dijo alguna vez Álvaro Cepeda Samudio, en 1948: “Bello se había distinguido por dos razones más o menos importantes en el panorama del país: por la excelencia de sus tejidos y por el subido color azul que caracteriza a sus habitantes”. Agregaba el cronista y escritor costeño que a los godos de Bello se les permitía todo, con desmanes incluidos, menos que escribieran mal. Se refería a una leyenda al pie de un retrato de Laureano Gómez, plagado de errores gramaticales.

Bello, que es conocida hoy –tal vez en una hipérbole paisa- como la Ciudad de los artistas, albergó en las décadas del ochenta y noventa la “mano de obra” para los ejércitos del capo Escobar. La más temible organización sicarial de Colombia tuvo su residencia en esa población de gentes laboriosas y que olían a algodón y a telas de “hilos perfectos”. Se llamaba La Ramada.

Bello, cuna de pintores como Lola Vélez, alumna de Diego Rivera y Pedro Nel Gómez, y de juristas de talla internacional como Fernando Vélez Barrientos; Bello, que alguna vez tuvo como concejal a un burro de verdad y fue tierra de “aplanchadores” de la Violencia; Bello, la misma que junto con Palmira, según Estanislao Zuleta, no tenía cultura, acaba de dar una demostración de civilidad y cultura política, ejemplo para todo el país.

Bello, que tantos años estuvo sin agua potable, pese a su riqueza hídrica, y que fue un laboratorio de la modernidad en el país, volvió realidad la ficción. Porque, en efecto, llovía, como en la obra de Saramago, el día de las elecciones y se escuchó el aullido de algún perro. Y lo que parecía increíble, sucedió.

El único candidato a la alcaldía, del partido conservador, perdió las elecciones frente al voto en blanco, que lo superó con creces. Las elecciones se repetirán con otros aspirantes. Y de esta forma, Bello, pueblo de larga historia, pasará a la posteridad como la primera ciudad de Colombia en la que, como en la novela de un portugués, ganó el voto en blanco, que algunos políticos ya tendrán que empezar a temer como si fuera la peste blanca. El presagio se cumplió.

 

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