Mucho ruido y pocas nueces

Ricardo Bada
08 de marzo de 2019 - 02:00 a. m.

Pocas veces hemos sentido los periodistas tanta vergüenza ajena como aquel día de septiembre de 1984, cuando durante una homilía a los pescadores de St. John’s, en Terranova, Canadá, el papa Wojtyla llegó a decir que “Dios es masculino”. (Y menos mal que se contuvo a tiempo para no añadir que además era polaco). No fueron muchos los diarios que se hicieron eco de semejante disparate; hasta L’Osservatore Romano —órgano oficial del Vaticano— prefirió correr sobre el mismo un piadoso manto de silencio.

Treinta y cinco años después nos vemos confrontados con la misma vergüenza ajena cuando leemos el texto con el que Bergoglio puso punto final —pero no sobre las íes— a una reunión de cuatro días, proclamada a bombo y platillo como algo que iba a poner fin al tema de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica y de su ocultación por parte de los responsables. Una conferencia a la que fueron convocados representantes de todas las conferencias episcopales del mundo... y de la que fueron excluidos los de las numerosas asociaciones de víctimas. Lo más positivo que he leído acerca del texto de Bergoglio es la declaración de una víctima, el suizo Jean-Marie Fürbringer, para quien dicho texto es no más una “pastoral bla bla bla”.

Pero ese es un resumen en exceso parco (si bien muy gráfico) de las palabras del obispo de Roma, el cual opinó que los abusos sexuales contra niños y jóvenes no son otra cosa que la “universal, agresiva y destructiva revelación del Maligno”, y que los sacerdotes que abusan de los niños son “un instrumento de Satanás”. Como si a Satanás se le pudiera enjuiciar. Como si ese argumento pudiera darle carpetazo a un asunto que está clamando al cielo para que los fiscales generales de los Estados donde viven las víctimas (y los victimarios) manden sus alguaciles con órdenes estrictas de registro al respectivo Episcopado, y así hacerse cargo de todos los legajos que documentan los delitos cometidos por sus sacerdotes.

Un kabarettista alemán se mofó públicamente, en la TV, de ese cónclave de hombres maduros y de ancianos provectos diciendo que había tenido lugar en “la Capilla Sexystina”. Yo leo el documento firmado por Bergoglio sin descubrir en él ninguna modificación del presente statu quo, ni tampoco ningunas medidas de cambio en las estructuras del poder vaticano ni del derecho canónico; ni tampoco, por supuesto, de indemnizaciones a las víctimas. Lo que me lleva a proponer a los heraldistas que modifiquen el escudo de armas del sumo pontífice argentino, y le endosen como lema “Tragoedias in nugis agere”. O sea, en buen cristiano: que ese señor vestido de blanco no es otra cosa que “Mucho ruido y pocas nueces”.

 

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