La reapertura de la economía comenzó el 1° de junio de 2020. En ese momento había 40.000 casos positivos de COVID-19. Cuatro meses y medio después sumamos casi un millón de casos y la economía se ha reactivado, aunque no del todo. En junio la tasa de desempleo era algo más del 21 % y en agosto se redujo a 17 %, una cifra aún preocupante. La tasa de participación es un 5 % inferior a la de 2019, lo cual significa que mucha gente dejó de buscar trabajo.
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La reapertura de la economía comenzó el 1° de junio de 2020. En ese momento había 40.000 casos positivos de COVID-19. Cuatro meses y medio después sumamos casi un millón de casos y la economía se ha reactivado, aunque no del todo. En junio la tasa de desempleo era algo más del 21 % y en agosto se redujo a 17 %, una cifra aún preocupante. La tasa de participación es un 5 % inferior a la de 2019, lo cual significa que mucha gente dejó de buscar trabajo.
Un 85 % de las empresas formales indican que han vuelto al ritmo corriente de actividad, sin incluir servicios en general, restaurantes, bares ni empresas de transporte, que han quebrado a raudales. Las empresas informales han llevado la peor parte, porque sus clientes se han empobrecido drásticamente. La pobreza ya había aumentado antes de la pandemia. Cuando la economía crecía al 3,4 % durante 2019 —¡la mejor tasa del continente!—, se registraron 662.000 nuevos pobres y 729.000 en pobreza absoluta, lo que deterioró el índice de desigualdad, de acuerdo con Mauricio Cabrera. Los efectos de la pandemia se añaden a este paisaje desolador, en el que el crecimiento económico no cobija a la población más pobre, ni urbana ni rural.
En septiembre el índice de confianza del consumidor aumentó un 4 %; el de los industriales, un 4,6 % y el de los comerciantes, un 8,4 %; estos últimos, por el aumento observado de los pedidos, según Fedesarrollo. El segundo trimestre fue fatal, porque el PIB se contrajo un 16 %. El comercio se redujo un 34 %; la construcción, un 32 % y la industria, un 25 %, todo lo cual sugiere que el crecimiento económico en 2020 va a estar en el rango de -8 %. La recuperación del año entrante va a depender de que no se den fuertes rebrotes de COVID-19.
La balanza externa necesitará una recuperación de los precios del petróleo que no se ve por ningún lado, dada la recaída de las economías de Europa y Estados Unidos y la escasa recuperación del transporte en todas sus formas. En agosto las exportaciones acumuladas de Colombia fueron la mitad de las de 2019, aunque las importaciones cayeron aún más. La tasa de cambio se ha revaluado como resultado de la devaluación del dólar, impulsada por el deterioro de la economía norteamericana, también sujeta a una falta de liderazgo para contener la pandemia dentro de sus fronteras. Un dólar barato contribuye a deteriorar la balanza comercial del país y perjudica la actividad económica.
El presidente-presentador parla cada tarde sobre la pandemia en todos los canales de TV, pero las acciones de su gobierno se han quedado muy cortas. A pesar de que impuso 160 días de confinamiento, Colombia es uno de los diez peores países en cifras de muertes (30.000) e infectados, y ocupa el puesto 93 en la frecuencia de pruebas a la población, según Diego Otero. Esto obedece a su incapacidad de movilizar recursos para el sistema de salud, que a su vez es resultado de devolver impuestos a los ricos en vez de fortalecer el Estado para abordar los retos que enfrenta la sociedad. Aunque el presidente repita que “vamos a lograr conciliar la protección de la vida y la salud con la recuperación económica de nuestro país”, parece ser que la salud salió pagando por una reactivación parcial.
Todas estas señales mixtas sugieren que la reactivación de la economía es frágil: puede retroceder con los rebrotes del virus o por las condiciones globales.