Se acabó la rasca

Santiago Gamboa
03 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Todo momento de ebriedad acaba siempre con la llegada de una abultada factura que, por lo general, despierta y retumba en la cabeza, recordándonos que la realidad real es siempre un angustiante taladro que se empeña en bajarnos de las nubes. “Cuando vi la cuenta se me pasó la rasca”, dicen algunos, y es lo que está pasando ahora en Colombia con la ley de financiamiento de Duque. La ebriedad política de las elecciones pasadas, esa gigantesca rasca nacional que convirtió a todo el mundo en politólogo y economista, y que hundió a una parte de la ingenua población en absurdas fantasmagorías distópicas construidas sobre la base de Venezuela, hoy anuncia su verdadera aritmética. Y con ella, a muchos se les va a pasar la rasca. Una parte nada despreciable de los estratos medios y bajos que votaron por Duque de forma vigorosa, aterrorizados por la inminente “venezolización” de Colombia, pero sin darse cuenta de que estaban escupiendo para arriba, hoy ven devolverse la saliva hacia su cara. Y va directo al ojo. ¡Pero claro!

Los estratos más ricos y la clase empresarial, que apoyaron al Centro Democrático porque al hacerlo apoyaban sus intereses económicos, están obteniendo en sana lógica lo que cosecharon: la protección de sus finas billeteras. Pero ese es justo el problema de Colombia: que la mayoría de la gente rica vota por su interés, no por principios políticos. Es a los pobres a quienes se les pide votar por principios y olvidar sus intereses, y para que lo hagan se les llena la cabeza de terrores imaginarios como el castrochavismo o el Estado homosexual o el odio a la reconciliación vía el odio a las Farc. Ahí está el gran gurú de la derecha y máximo burlador de la ley, Uribe el Impune, con todo su séquito, y ahí están también, por ejemplo, las iglesias evangélicas, expertas en engañar a sus creyentes más pobres e ignorantes, que son la mayoría, para hacerlos votar contra fantasmas políticos con tal de que no voten por sus verdaderos intereses; y ahora se hace evidente de qué lado estaban esas iglesias, cuando en el reparto de los puestos del Estado sus líderes pasan sin vergüenza la cuenta de cobro, mostrando que su arribismo es muy superior a sus principios.

El resultado de todo esto, pasada la ebriedad electoral, es que serán los pobres y las clases medias las que tendrán que pagar para enderezar las cuentas de este país, que no están torcidas por causa de ellos, claro que no, sino por culpa de quienes pagarán menos. Porque entre las muchas contradicciones de este país incomprensible está el hecho de que, en Colombia, es bastante barato ser rico, y en cambio es carísimo ser pobre. Por eso ahora, a esos “pobres de derecha” que votaron por Duque y por los intereses de los empresarios (como el dueño de las gaseosas Postobón, cuya bebida no pagará IVA, a diferencia de la leche) se les pasará la rasca, pero ya hay muy poco qué hacer, y quienes desde un taxi o un puesto de dulces callejero hoy se enfurecen contra la ley de financiamiento del Gobierno diciendo que no la aceptarán, no se dan cuenta de que ya la aceptaron tiempo atrás, cuando alguien los convenció de que debían votar por Duque para detener el satánico avance del castrochavismo internacional.

 

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