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                                                                                                                              Por qué Petro no…

                                                                                                                              Hace unos años, la noticia de una eventual Presidencia de Gustavo Petro, o de cualquier otro hombre o mujer sin ligazón con los viejos y corruptos partidos políticos, o con los nuevos y corruptísimos partidos políticos, nos hubiera ilusionado; nos hubiera devuelto algo de esperanza.

                                                                                                                              Tener entonces a un hombre de izquierda liderando las encuestas hoy debería ser un primer atisbo de que la historia comenzó a corregirse. Hablo de esa historia que los excluyó con pactos y decisiones gubernamentales o que los exterminó a punta de balas y de represión. La historia que produjo una guerra de 50 años.

                                                                                                                              Adicional, Petro encabezando sondeos podría verse como una señal de que ya no son los Ñoños, y los Musas, y los Gerlein y las Gatas quienes ponen al presidente con sus votos comprados y sus puestos, y que hay un despuntar de un voto de opinión en Colombia, algo que en la práctica nunca ha incidido más allá de Bogotá, Medellín y uno que otro pueblo.

                                                                                                                              Sugeriría, también, que la gente ya empezó a cobrar conciencia de que no soportamos más “jóvenes promesas” como Alejandro Lyons o John Calzones, o la seguidilla de tres gobernadores de La Guajira presos, y hace pocos años lo mismo, pero en Magdalena, o que Cartagena esté en manos del hampa, o el robo vergonzoso a unos juegos nacionales en Ibagué, o las fortunas escandalosas de los Aguilar.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Voté por él con ilusión a la Alcaldía, y la ilusión me duró el primer año, porque luego ya se hizo evidente el autócrata que lo habitaba, portador del mismo virus mesiánico de su gran opositor. El mesianismo y hasta el absolutismo y la terquedad pueden ser soportables en un gobernante cuando demuestra resultados; cuando se ven transformaciones. Y no hablo solo del concreto. En el caso de Petro, yo no sentí un proyecto de ciudad más allá del vaivén de su tono temperamental, de los “globos” que lanzaba, o sea de esas propuestas que eran flor de un día, efectistas y sin sustentos técnicos.

                                                                                                                              En verdad la Bogotá Humana fue un gran desastre. Y lo digo desde mi percepción de bogotano de a pie, del que monta en Transmilenio y camina y anda en bicicleta; el que la vive y la siente lumpenizada en cada esquina, menos apropiada por la gente que nunca, aunque más invadida, más informalizada, sucia, ajena. Con una inclusión más de forma que de fondo; superficial e impuesta a la brava. Como hace las cosas el populismo. Una en la cual colarse en Transmilenio es una conquista social, un derecho, lo mismo que subirse a pedir o a vender; igual que llenar los espacios públicos de mero rebusque. O contaminar los muros con aerosol. Reivindicaciones falsas; falsas soluciones. Esa fue la ciudad de Petro: la fracturada de siempre en estratos y en puntos cardinales, pero obligada a expiar el pecado de la inequidad, empobreciendo todo; nivelando por lo bajo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Pero eso no es lo único que llama al miedo en este eventual repunte de Gustavo Petro. No está muy lejos aquella vana ilusión del Mockus de hace ocho años, cuando las proyecciones le daban hasta ocho puntos por encima de Santos. Y la paliza después fue brutal en primera y en segunda vuelta. Y aunque Mockus hizo todo para embarrarla y seguirla embarrando, nada puede explicar perder cinco millones de votos en un mes y medio. Nada diferente a una formidable pifia en los encuestadores.

                                                                                                                              Ahora es más preocupante porque si a Petro no le va tan bien, como creo que no le va a ir, va a haber acusaciones de fraude; movilizaciones; zozobra; más desconfianza en un Estado al que en los últimos años Álvaro Uribe le fue minando los cimientos para defender a sus buenos muchachos que iban a la cárcel. Petro, lo mismo que Uribe, sabe ser extremista y sabe agitar.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Pero, sobre todo el repunte de Petro es preocupante porque aunque pueda ser una nueva pifia (¿o una estrategia?), el ambiente está muy cargado de miedo y de paranoia y todas las derechas andan en la logística de exagerar los apocalipsis que se vienen. Y, conociendo la historia, conociendo esta tradición brutal de las oligarquías colombianas, solo hay un paso para que se dispare una bala. Ya incluso lo sugirió aquel abogado tan mediático y tan truculento.

                                                                                                                              Y una bala contra Petro implicará otros 50 años para que las aguas vuelvan a sus cauces. Y lo malo es que las aguas ni siquiera han vuelto a sus cauces.

                                                                                                                              Hace unos años, la noticia de una eventual Presidencia de Gustavo Petro, o de cualquier otro hombre o mujer sin ligazón con los viejos y corruptos partidos políticos, o con los nuevos y corruptísimos partidos políticos, nos hubiera ilusionado; nos hubiera devuelto algo de esperanza.

                                                                                                                              Tener entonces a un hombre de izquierda liderando las encuestas hoy debería ser un primer atisbo de que la historia comenzó a corregirse. Hablo de esa historia que los excluyó con pactos y decisiones gubernamentales o que los exterminó a punta de balas y de represión. La historia que produjo una guerra de 50 años.

                                                                                                                              Adicional, Petro encabezando sondeos podría verse como una señal de que ya no son los Ñoños, y los Musas, y los Gerlein y las Gatas quienes ponen al presidente con sus votos comprados y sus puestos, y que hay un despuntar de un voto de opinión en Colombia, algo que en la práctica nunca ha incidido más allá de Bogotá, Medellín y uno que otro pueblo.

                                                                                                                              Sugeriría, también, que la gente ya empezó a cobrar conciencia de que no soportamos más “jóvenes promesas” como Alejandro Lyons o John Calzones, o la seguidilla de tres gobernadores de La Guajira presos, y hace pocos años lo mismo, pero en Magdalena, o que Cartagena esté en manos del hampa, o el robo vergonzoso a unos juegos nacionales en Ibagué, o las fortunas escandalosas de los Aguilar.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Todas esas cosas tan buenas se deberían sentir con Gustavo Petro liderando la intención de voto. Pero no y por varias razones que más bien llaman al miedo. La primera es el propio Petro. En lo personal, me gustaba su trabajo valiente en el Senado, su actitud vertical de desenmascarar las corruptelas de Uribe y sus secuaces; sus debates serios, bien investigados.

                                                                                                                              Voté por él con ilusión a la Alcaldía, y la ilusión me duró el primer año, porque luego ya se hizo evidente el autócrata que lo habitaba, portador del mismo virus mesiánico de su gran opositor. El mesianismo y hasta el absolutismo y la terquedad pueden ser soportables en un gobernante cuando demuestra resultados; cuando se ven transformaciones. Y no hablo solo del concreto. En el caso de Petro, yo no sentí un proyecto de ciudad más allá del vaivén de su tono temperamental, de los “globos” que lanzaba, o sea de esas propuestas que eran flor de un día, efectistas y sin sustentos técnicos.

                                                                                                                              En verdad la Bogotá Humana fue un gran desastre. Y lo digo desde mi percepción de bogotano de a pie, del que monta en Transmilenio y camina y anda en bicicleta; el que la vive y la siente lumpenizada en cada esquina, menos apropiada por la gente que nunca, aunque más invadida, más informalizada, sucia, ajena. Con una inclusión más de forma que de fondo; superficial e impuesta a la brava. Como hace las cosas el populismo. Una en la cual colarse en Transmilenio es una conquista social, un derecho, lo mismo que subirse a pedir o a vender; igual que llenar los espacios públicos de mero rebusque. O contaminar los muros con aerosol. Reivindicaciones falsas; falsas soluciones. Esa fue la ciudad de Petro: la fracturada de siempre en estratos y en puntos cardinales, pero obligada a expiar el pecado de la inequidad, empobreciendo todo; nivelando por lo bajo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Pero eso no es lo único que llama al miedo en este eventual repunte de Gustavo Petro. No está muy lejos aquella vana ilusión del Mockus de hace ocho años, cuando las proyecciones le daban hasta ocho puntos por encima de Santos. Y la paliza después fue brutal en primera y en segunda vuelta. Y aunque Mockus hizo todo para embarrarla y seguirla embarrando, nada puede explicar perder cinco millones de votos en un mes y medio. Nada diferente a una formidable pifia en los encuestadores.

                                                                                                                              Ahora es más preocupante porque si a Petro no le va tan bien, como creo que no le va a ir, va a haber acusaciones de fraude; movilizaciones; zozobra; más desconfianza en un Estado al que en los últimos años Álvaro Uribe le fue minando los cimientos para defender a sus buenos muchachos que iban a la cárcel. Petro, lo mismo que Uribe, sabe ser extremista y sabe agitar.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Pero, sobre todo el repunte de Petro es preocupante porque aunque pueda ser una nueva pifia (¿o una estrategia?), el ambiente está muy cargado de miedo y de paranoia y todas las derechas andan en la logística de exagerar los apocalipsis que se vienen. Y, conociendo la historia, conociendo esta tradición brutal de las oligarquías colombianas, solo hay un paso para que se dispare una bala. Ya incluso lo sugirió aquel abogado tan mediático y tan truculento.

                                                                                                                              Y una bala contra Petro implicará otros 50 años para que las aguas vuelvan a sus cauces. Y lo malo es que las aguas ni siquiera han vuelto a sus cauces.

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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