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Resurgir

Tatiana Acevedo Guerrero
21 de febrero de 2016 - 02:00 a. m.

Hace 30 años entraba en funcionamiento Resurgir, el organismo creado por el Gobierno para la reconstrucción de Armero.

 

Esta “reconstrucción” no fue sólo de cemento y ventanas, pues además de rehacer barrios y municipios, se trató de transformar a las personas que sobrevivieron al volcán. A mediados de febrero de 1986, una mujer sobreviviente, habitante de uno de los albergues temporales, le explica su incomodidad a una corresponsal: “eso aquí no es ni para militares. Ellos le exigen a uno que a las diez de la mañana debe tener todo aseado y limpio, pero yo no puedo puesto que tengo a mi cargo tres enfermos y mis niños. Si a esa hora no está todo listo, viene la reprimenda”. Una vocera de la Cruz Roja pone los puntos sobre las íes: “Manejar esta gente es cosa difícil (…) son muy desagradecidos. Cuando repartimos los aguinaldos, muchos los rechazaron diciendo que estaban muy feos (…) se les trató al principio con mucho paternalismo, pero se les dio un dedo y se tomaron toda la mano”.

La misma vocera explicó que “a las diez de la mañana los albergues deben estar aseados y todo mundo bañado. Los hombres salen a las ocho de la mañana. Con esto conseguimos que no se presenten situaciones incómodas y anormales”. Describió también los planes para capacitar a hombres y mujeres en el SENA en cinco áreas (artesanías, ebanistería, panadería, colchonería y modistería). Se quejó de “la pereza” de los damnificados y narró cómo “una señora sacó del bolsillo un cigarrillo de marihuana, lo encendió con pasmosa tranquilidad y se lo fumó. La tal señora fue expulsada del albergue”.

Benefactores estatales explicaron qué comportamientos querían en los nuevos proyectos de vivienda. “Hay que construir un nuevo modelo social. Como tolimense no puedo dejar que se muerganise (sic) el norte del departamento. Precisamente me estoy leyendo un libro que plantea que a la gente le debemos cambiar comida por trabajo. Esta es una guerra que no se gana a tiros sino llegando a la mente de la gente”, pontificó el alcalde militar, el mayor Rafael Ruiz, ante las cámaras.

Regenerar gente y generar plata. Aunque podría pensarse que la reconstrucción significaría sólo gasto, también significó negocios. La comisión creada por el Congreso para evaluar la “postcatástrofe” encontró que los proyectos de reconstrucción movieron grandes sumas en forma de donaciones internacionales y créditos. Los gerentes del programa de viviendas (Pedro Gómez, Carlos Rocha, Bernardo Bonilla) salieron mal librados del informe de la comisión, que afirmó que “se procedió con criterio exclusivista, impositivo y arrogante, sin tomarse a fondo en cuenta la opinión y experiencia de los damnificados”. Cuestionó también el uso de los recursos, la existencia de una política urbanística (16 promotoras y dos mil 548 soluciones de vivienda) que creaba “damnificados de primera, segunda y tercera categoría”.

Todo este recuento para sacar dos lecciones. Pues si el postconflicto se está construyendo, en algunos frentes, como la postcatástrofe (las personas víctimas de fuerzas armadas ilegales y legales puestas en proyectos de vivienda junto a “víctimas del invierno”), estas lecciones son relevantes. La primera sobre la injusta “regeneración” del damnificado (ahora en forma de recibir la casa que le entreguen donde sea que se la entreguen, pagar administración y servicios, guardar lealtad al Gobierno, comportarse bien y sin rebeldías). La segunda sobre el negocio que puede representar para algunos la “reconstrucción” de la vida de otros.

 

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