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El encuentro de Escalona con Francisco El Hombre

Weildler Guerra
25 de febrero de 2023 - 02:00 a. m.

En los primeros días de febrero de 1948, el joven compositor Rafael Escalona tuvo noticias sobre el paradero de Francisco el Hombre. Este acordeonero legendario residía, ya casi centenario, en el remoto pueblo de Machobayo, situado no muy lejos de Riohacha. Escalona fue al encuentro de un anciano que sería desterrado de la historia y de los registros de la república. Una figura primigenia de la música popular de acordeón pero que había nacido solo unos años después de la muerte de Bolívar.

Durante el viaje, por una carretera destapada y polvorienta, Escalona cavilaba en cómo sería el esperado encuentro. La primera inquietud era la de cómo saludar a tan ilustre ancestro de la música regional. Un saludo respetuoso sería dirigirse a él como Don Francisco, pero le pareció demasiado formal. Descartó la fórmula de Señor Francisco por simple y distante. Llamarlo solamente Francisco parecería un acto de lisura con un músico de un prestigio descomunal. Estaban bordeando la última curva antes de llegar a Machobayo, cuando arribaron a un salón del pueblo en donde habían llevado a Francisco El Hombre. Rafael Escalona estaba apenas abriendo la puerta del vehículo cuando un hombre alto, de piel morena clara y cabello blanco algo encrespado, escrutó su rostro en un segundo y le saludó con una frase que lo despojó de las angustias innecesarias del viaje, diciéndole con una antigua familiaridad: “ajá, negro Rafa”.

Escalona creía firmemente en la historicidad de Francisco Moscote Guerra. Había escuchado de reconocidos acordeoneros muchos relatos acerca de sus andanzas y destrezas. Sin duda, conocía algunas de las viejas canciones que hasta hoy le sobreviven. Sabía además que no era una figura solitaria ni anclada a un solo lugar pues la memoria registra a algunos de sus rivales, que eran también sus coetáneos. En algunas poblaciones de la Provincia de Padilla se encontraban acordeoneros locales que se jactaban de haberlo derrotado, como sucedió con Luis Pitre en Fonseca. Sin embargo, ninguno de ellos había alcanzado la entrada triunfal al tiempo referencial del mito simplemente porque ninguno de ellos había derrotado en un duelo musical al Diablo.

Desde entonces sus rasgos biográficos se fueron diluyendo. Surgieron diversos ejecutantes del acordeón en todo el Magdalena Grande que reclamaron para ellos la condición de ser el auténtico Francisco El Hombre. Todo esto contribuyó a despojarlo de un marco temporal específico e insertarlo, junto con los orígenes de la música popular de acordeón en la estabilidad y la bruma propias del mito. El acordeón era un instrumento nuevo, pues fue creado apenas en el siglo XIX, pero, a semejanza del fuego y otros bienes culturales obsequiados o hurtados a los dioses, debía ser incorporado a través del mito, no de la historia. Según Levi-Strauss, los mitos son justamente artefactos históricos creados para negar la historia. Estas narraciones generan una apariencia de estabilidad, una ilusión de atemporalidad que no puede verse afectada por cambios en el mundo, sino que lo hacen por medio de sus incesantes transformaciones

De ese encuentro entre dos grandes figuras vinculadas a la música popular de acordeón, que hoy se conoce como vallenata, uno de ellos: Rafael Escalona ocupa un sitial de honor en el tiempo histórico; el otro: Francisco El Hombre, habita para siempre en el tiempo transhistórico, una dimensión referencial que se encuentra más allá del pasado. Dejémosle en su épico universo.

wilderguerra@gmail.com

 

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