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Nos han quitado el mar

Weildler Guerra
12 de noviembre de 2022 - 05:01 a. m.

En una antigua narración wayuu el mar, en ese entonces de pequeña extensión, estaba contenido dentro de un huevo que cuidaba un pelícano hembra. En un descuido del ave la curiosidad de los humanos los llevó a romperlo para descubrir lo que había en su interior. Para su asombro, el agua del mar se esparció de manera incontenible cubriendo la tierra. Los seres vivientes se vieron obligados a refugiarse en los picos de los cerros más altos. La hembra pelícano, de manera egoísta, había encerrado el mar para que ella sola pudiera disfrutar de los peces. Un wayuu empezó a arrojar piedras al agua hasta que el mar se retiró y la tierra quedó como es ahora. Ello explica la existencia de pozos con agua salada tierra adentro, así como los caracoles y conchas marinas que abundan lejos del litoral.

Similares a la historia del pelícano decenas de enriquecedoras narraciones y sorprendentes metáforas de su conjunto oral explican la importancia del mar para los habitantes de una península semidesértica. Durante siglos comerciantes, indígenas y marineros cruzaron el vasto mar Caribe en dirección a las islas de Jamaica, Curazao y los cayos franceses. Con sus gentes comerciaron productos naturales, artefactos diversos y constituyeron alianzas políticas. El mar actuó como un territorio socializado y sensibilizado a través de ricas taxonomías y extensas toponimias de los paisajes marinos. La república de Colombia consideró que el mar era un espacio pecaminoso, pues constituía el camino del contrabando. Entonces comenzó a inhabilitar los históricos puertos guajiros y aislar así a los habitantes de la península de su mar.

Hoy los wayuu sospechan que ha vuelto la hembra pelícano de la narración mítica. Temen que vuelva a encerrar lo que les quedó del mar en un huevo de su propiedad. Quizás el ave retorne bajo la forma de la empresa transnacional Bluefloat Energy que construirá las centrales eólicas de Astrolabio y Barlovento en las aguas del norte de La Guajira. Estas planean levantar unos 110 gigantescos aerogeneradores sobre el territorio acuoso de los pescadores indígenas. Son zonas en donde pastan las tortugas y en donde se encuentra un área marina protegida. Existe un documento oficial que traza la ruta sobre los proyectos eólicos offshore de Colombia. Según la investigadora de Indepaz, Joanna Barney, “en las 218 páginas de la hoja de ruta, la expresión consulta previa no se encuentra ni una sola vez”. Ello se fundamenta en que las comunidades de pescadores wayuu que van a ser afectadas por estos proyectos no tienen, según las empresas y las entidades oficiales, ningún tipo de derechos sobre el mar del que depende su subsistencia.

El estudio de las instituciones marítimas en el mundo muestra lo contrario. Existe un conjunto de dimensiones territoriales llamado TURF por sus siglas en inglés: Territorial Use of Rights Fisheries. Lo básico para cualquier tipo de TURF es un “territorio” usualmente definido por alguna suerte de “frontera” que se encuentra regulada por una unidad poseedora de derechos. Esta puede tratarse de una comunidad, un grupo de parientes o una asociación de pescadores

La sensación en el pueblo wayuu es la de que fuerzas arbitrarias y poderosas están modificando la composición y el orden de sus territorios sin tomarse siquiera la molestia de consultarles. Su principal resguardo es considerado por los gobiernos y las empresas como un extenso baldío nacional deshabitado. La pobreza, ha dicho Marshall Sahlins, suele ser presentada como una especie de fracaso moral, aunque, realmente, es el resultado de relaciones desiguales de poder. Después de tantas expoliaciones territoriales pronto escucharemos decir a los pescadores wayuu: “nos han quitado el mar”

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