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La enorme máquina y el tiempo breve

William Ospina
14 de abril de 2024 - 09:05 a. m.

La realidad es despiadada y tiene filos de ironía. O uno llega al poder a crear con urgencia una economía diferente, o pronto se verá obligado a ser más alcabalero que aquel al que pretendía combatir. O uno viene a reducir con eficiencia la burocracia, o pronto habrá convertido en burócratas enamorados de su sueldo a todos sus amigos que querían cambiar el mundo. O uno viene a remover las causas verdaderas de la violencia, o muy pronto estará repitiendo los manejos de los que la engendraron y la alimentaron por décadas. O uno viene a empoderar de verdad a la gente, con emprendimiento, con debate, con formación, con respeto, o muy pronto se verá obligado a convertirse en Napoleón. Y el problema es que para ser Napoleón hay que tener una revolución a las espaldas y un ejército en la mano. O uno viene a apartar la máscara centenaria del poder o muy pronto ella le cambiará la cara: como en un cuento mágico, el que la use terminará teniendo para siempre los rasgos de la máscara que creyó ponerse por unos días.

Por eso, para hacer gobiernos transformadores se necesitan dos cosas: criterio en las convicciones y claridad en los proyectos. Sin criterio uno no sabe lo que acepta y tampoco lo que quiere cambiar, no tiene sentido profundo de los males y tampoco tendrá claridad sobre las soluciones. Pues como ya se sabe solo hay dos clases de gobernantes: los que son móviles sobre una base firme, y pueden dominar la tempestad, y los que son firmes sobre una base móvil, que a falta de firmeza tienen apenas terquedad, e irremediablemente se hunden. Hoy se alían con estos y mañana con aquellos, hoy confían en los adversarios, mañana desconfían de los que de verdad están con ellos, y desgraciadamente les interesa más quién manda que para qué se manda. Algunos creen que el fin justifica los medios, pero muy a menudo los medios pervierten los fines.

La claridad sobre los proyectos es fundamental. Si a una sociedad la ha degradado la politiquería, es un error mortal aliarse o incluso condescender con ella. Si uno cree que la violencia tiene causas sociales, es un error inmenso creer que para acabarla basta apenas ganarse la voluntad de unos violentos. Si uno acepta que sostener al Estado sea más importante que resolver los problemas de la gente, si uno acepta que ese Estado aparatoso, derrochador y burocrático siga sosteniéndose con el esfuerzo titánico del pequeño sector de la sociedad que emprende, trabaja y tributa, uno está preso de una máquina que no solo no puede detenerse, sino que ni siquiera puede alterar su rumbo. Si el principal propósito de uno es ser presidente, el día en que se posesionó ya ha cumplido su objetivo; pero si su principal propósito es cambiar la realidad o al menos reorientarla, debe tener muy claras las prioridades, porque de lo contrario el afán vanidoso de tener razón siempre, y dedicarse a cumplir los trabajos de Hércules, aunque no mejoren la realidad, le devorará el tiempo que le queda.

Lo que confirma la conveniencia de un proyecto no es si el presidente gana o no sus pequeñas batallas, sino si la sociedad se está sintiendo mejor, más emprendedora, más esperanzada, más libre. Los gobiernos vanidosos quieren formatearlo todo a su imagen y semejanza, los gobiernos liberadores buscan que la sociedad sea más y mejor ella misma. Colombia es un país libre, nadie lo volverá mejor encorsetándolo. Colombia es un país rebuscador, nadie lo volverá mejor llenándolo de restricciones y de trámites. Colombia es un país alegre y recursivo, que a menudo hace trampa porque las leyes que le imponen o los encargados de aplicarlas son tramposos. Y generalmente los países solo se vuelven mafiosos cuando han sido gobernados siglo a siglo por mafias. Es la hipocresía la que engendra la hipocresía, la verdadera libertad solo sabe engendrar libertad.

Colombia necesita que todo el mundo tenga derecho a emprender y no solo unos cuantos amparados por la cuna, por la fuerza o por su red de influencias. Colombia necesita una ley en la que se pueda confiar porque es honesta, no una ley maleable de funcionarios que la invocan no porque la respeten sino porque quieren cobrar por no aplicarla.

Pero la verdad es que aquí nos encanta encarnizarnos con las consecuencias para no tener que corregir las causas. O nos inventamos una causa falsa. Por eso cuando alguien se porta mal le nombramos la madre. Por eso les echamos la culpa de todo a los ladrones y a las prostitutas; a los guerrilleros, y no al que les robó las tierras a sus padres; a los paramilitares, y no al que les da las armas y les paga; a los sicarios, y no al que los contrata; a los traficantes, y no a los que prohíben la droga y la convierten así en un gran negocio; a los que la cultivan por necesidad y no a los que la consumen por angustia o por hastío.

Hay que tener claros los males para tener claras las soluciones. Un solo ejemplo basta: la salud. Hace treinta años nuestro sistema de salud es un reflejo de la Constitución que padecemos, mezquinamente neoliberal en lo económico y demagógicamente garantista en lo social. En el mundo neoliberal la salud es un asunto de farmacia y de cirugía, la enfermedad es un negocio cada vez más grande, más sofisticado y costoso. Se olvida por completo la salud preventiva: el agua, la alimentación, la higiene, la educación, la actividad física, el empleo, el equilibrio ambiental, la recreación, la vida afectiva, la cultura creadora, y en cambio se asume que ofrecer salud es solo asignar citas, mandar exámenes, ofrecer medicamentos, programar cirugías, y todo eso es cada vez más ultra tecnificado y más costoso. No hay sociedad, por rica que sea, que pueda pagarlo, y mucho menos si la enfermedad no se previene, sino que solo hay que curarla. Pero como la Constitución que no permite generar riqueza está llena de garantías, finge que puede ofrecerlo todo sin fin, y los recursos no van finalmente al bienestar de los pacientes sino a sostener el gran entramado empresarial de la salud. Y si el que viene a corregir el mal es de los que necesitan que alguien sea culpable siempre, la discordia no tendrá fin, porque nuestro ideal de salud es del primer mundo y nuestro modelo económico del último.

Aquí hacemos una guerra de todos contra todos durante 50 años y nos pasamos los otros 50 echándonos la culpa los unos a los otros, y exigiendo justicia. Como no creemos en la justicia que previene los males, creemos con locura en la justicia que los castiga, pero la única solución son los cambios reales, no las venganzas. El eterno síndrome de Colombia es que siempre hay un malo de cuyo castigo depende la gran solución, y todo el mundo tiene el dedo señalando en alguna dirección. Pero las viejas frases tienen guardado un sentido profundo. ¿Cuándo se arreglarán de verdad los males de Colombia? “Cuando san Juan agache el dedo”.

 

Luis(14946)15 de abril de 2024 - 04:19 a. m.
Escribe muy bonito, pero se alió con Rodolfo . Todo lo que escriba no será creíble jamás
Oscar(23792)20 de abril de 2024 - 10:07 p. m.
la multiplicidad de lecturas conjugan la complejidad de la naturaleza humana en su fenomenología perversa y egoísta,desconocer las causas de las causas, desprendernos de nuestra subjetividad en una pluma tan magistral como la suya en la cual la interpretación desde Maquiavelo a lo Ospina , resulta decadente y pobre...
Jorge(69952)15 de abril de 2024 - 07:11 p. m.
Mucha frase de cajón barata para alguien que apoyó al corrupto de Rodolfo Hernández.
Yimmy(68264)15 de abril de 2024 - 03:43 a. m.
Ser o hacer, son cosas muy diferentes!
Atenas(06773)15 de abril de 2024 - 12:28 a. m.
Un cúmulo de verdades a medias o generalidades, en las q’ todo aquel q’ las lea se siente identificado. Pongo un botón de muestra, o no ha viajado a países desarrollados y conocido allí los detalles de su sistema de salud o se hace el loco pa despotricar de lo q’ nos destaca: el sistema de salud, ejemplo en toda América incluida USA, donde igual vivo y sé de lo q’ hablo, y pese a sus bemoles. Atenas.
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