Si no nos ponemos al día con los tantos muertos que ha dejado este conflicto en el camino, ellos seguirán saliendo de las tumbas para reclamarnos, para exigirnos y reprocharnos por lo que no hemos hecho. Desde Dabeiba hablan hoy los cuerpos de civiles que fueron asesinados a sangre fría y enterrados sin familia, sin nombre, sin lágrimas, en una ruta macabra que marca uno de los episodios más dolorosos de nuestra historia. Se conoció de esta fosa por el testimonio de un militar que se acogió a la Justicia Especial para la Paz. De no haber sido así, no lo sabríamos. Y ese es solo un testimonio de los cientos que han recibido los magistrados. ¿Qué tanto nos falta por conocer? ¿Qué más les han contado? ¿Cuándo vamos a saber todo el horror que en esas audiencias se ha relatado?
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Si no nos ponemos al día con los tantos muertos que ha dejado este conflicto en el camino, ellos seguirán saliendo de las tumbas para reclamarnos, para exigirnos y reprocharnos por lo que no hemos hecho. Desde Dabeiba hablan hoy los cuerpos de civiles que fueron asesinados a sangre fría y enterrados sin familia, sin nombre, sin lágrimas, en una ruta macabra que marca uno de los episodios más dolorosos de nuestra historia. Se conoció de esta fosa por el testimonio de un militar que se acogió a la Justicia Especial para la Paz. De no haber sido así, no lo sabríamos. Y ese es solo un testimonio de los cientos que han recibido los magistrados. ¿Qué tanto nos falta por conocer? ¿Qué más les han contado? ¿Cuándo vamos a saber todo el horror que en esas audiencias se ha relatado?
Dice Claudia García, la directora de Medicina Legal, que según los datos preliminares y aproximados que tiene la entidad podrían ser 200.000 los cuerpos enterrados sin identificar en cementerios legales o en fosas ilegales en años de violencia. “Están por todo el país”, dice ella. Muchos de esos muertos han sido buscados durante años o décadas por sus familiares, que les perdieron el rastro en medio del conflicto. Cadáveres sin dolientes, mientras hay miles de familias sin tumbas para llorar a sus seres queridos. Otros más se han perdido sin que hoy nadie los busque, convertidos en nada, en un dato estadístico al margen. Todos ellos son nuestros muertos, y los que aún podemos respirar para ver lo que pasó somos sus dolientes y estamos obligados a rescatarlos de la noche y la niebla.
Poner rostro y nombre a cada uno es tarea pendiente porque así estaremos tejiendo la verdad de nuestra historia; esa que a veces no queremos ver en toda su dimensión y que tenemos que aceptar para poder avanzar. La única manera es entender que no hay muerto bueno, ni asesinato justificado, aunque los victimarios siempre encuentren un discurso para argumentar sus atrocidades. ¡Cuánto daño nos hacen los discursos de odio! Con ellos se pretende jerarquizar el dolor humano, establecer muertos de primera y de segunda. Un mínimo acuerdo como sociedad tendría que ponernos a todos en el lado de la defensa de la vida, en el reconocimiento de nuestros muertos y en el resarcimiento de tantas víctimas.
Los muertos hablan para decir no más, para narrar el infierno al que nos arrastró una guerra que, como todas, desató los peores demonios. Desde Dabeiba, esas víctimas convertidas en un amasijo de huesos y calaveras reclaman justicia y verdad. Gritan también por el dolor que produce ver la degradación de los seres humanos que decidieron matar a los civiles que debían proteger para conseguir condecoraciones y permisos.
Los grupos ilegales mataron, secuestraron, torturaron, violaron. Que se conozca todo lo que hicieron, que haya justicia. Hay que decirlo una y otra vez, pero también hay que gritar para que haya justicia en los casos de los uniformados que cometieron delitos en esta guerra atroz. Hablar de eso no es deshonrar las instituciones. Por el contrario, hacer justicia y contar verdades de esos que delinquieron es rendir homenaje a los miles de hombres y mujeres de nuestras Fuerzas Armadas que hacen su tarea con decencia y compromiso y a los muchos que han dado su vida con honor en una guerra que se ha llevado miles de vidas valiosas. Por ellos y por todas las víctimas, hay que escuchar a los muertos, identificarlos, devolverles parte de su dignidad perdida y hacer justicia. Tremenda tarea la que tienen la JEP y la justicia toda, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos. Tarde o temprano, las verdades que se quieren callar salen para gritar desde las tumbas.