Qué bueno sería tener un país en donde pudiéramos creerles a las altas cortes sin matices de desconfianza y en donde el presidente entendiera que no le corresponde declarar quién es culpable o inocente porque ese no es su trabajo. Qué bueno sería tener un país de instituciones fuertes que se levantaran por encima de las calenturas politiqueras y que nos dieran un piso seguro para sostenernos.
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Qué bueno sería tener un país en donde pudiéramos creerles a las altas cortes sin matices de desconfianza y en donde el presidente entendiera que no le corresponde declarar quién es culpable o inocente porque ese no es su trabajo. Qué bueno sería tener un país de instituciones fuertes que se levantaran por encima de las calenturas politiqueras y que nos dieran un piso seguro para sostenernos.
Qué bueno sería debatir sobre hechos y argumentos y no sobre frases hechas para la galería y para crear tendencias en redes sociales, ese escenario gigante diseñado para que desfile por allí todo lo aparente. Nos estamos acostumbrando a vivir la vida sin vivirla, observando apenas lo que pasa en las pantallas como si los videos, las fotografías, los memes y los discursos fueran reales y no piezas de la obra de teatro que montamos entre todos para llevar esa existencia paralela de pixeles y seguidores.
Qué bueno sería recuperar la confianza perdida. Hoy nos miramos con recelo y nos ponemos etiquetas que nos sirven para desechar todo diálogo, todo encuentro, toda escucha. Si eres A y yo soy Z, no mereces mi atención, mi respeto, ni un segundo de mi tiempo para escuchar tus razones, tus propuestas, tus ideas. Los fanáticos se parapetan detrás de sus caudillos que les dan explicaciones para todo y no los invitan a pensar, a dudar, a tener curiosidad por entender otras formas de mirar la realidad. La gente se vuelve masa, pierde identidad aunque cree tenerla, pierde la razón aunque cree tenerla, pierde la humanidad aunque cree protegerla. Así, muchos terminan justificando delitos y atrocidades porque siempre se hicieron por “un bien mayor”. Lo dicen los de un lado y los del otro. Los de aquí y los de allá, porque si en algo se tocan los distantes es en la capacidad que tienen para perdonar sus propios pecados y pedir el infierno para los que cometen los demás. Así todos gritan al unísono: Mi violencia es justa, mi odio es justo, mi trampa es justa. El malo es el otro... sin notar que señalan al espejo.
Qué bueno sería que las sociedades entendieran que las instituciones van más allá de las personas y por eso la libertad de prensa se debe proteger por encima y a pesar de quienes hacen periodismo bien o mal. La libertad de prensa, como la justicia, es un valor de todos. No obstante, no se ve así y a la prensa le exigen desde los varios extremos que cuente solamente la “verdad” que les sirve a su causa, su obsesión y su bandera. No gusta una prensa preguntando a todos, indagando, cuestionando, incomodando como debe ser. Es mejor aplaudir a los que me cuentan lo que quiero escuchar y no a los que destapan eso que no quiero ver. Y muchos periodistas, somos humanos al fin y al cabo, tomando posiciones en las mismas orillas, viendo la realidad con un solo ojo, buscando aplausos, fama y fortuna. Qué bueno sería que fueran más visibles los cientos de reporteros metidos en el barro enfrentando virus, bandidos y amenazas, mientras buscan historias que unos y otros quieren tapar.
Qué bueno sería que a la justicia no le pidieran privilegios para los poderosos y que pudiéramos confiar en que será ciega para tratar a todos por igual, como dicen las leyes. Qué bueno sería que esas leyes se hicieran pensando en todos y no al calor de los debates del momento buscando beneficios políticos y a cambio de prebendas. Qué bueno sería que todas las vidas importaran, que nadie celebrara los muertos de ningún bando y que pudiéramos entender por fin que en cada sepelio las campanas doblan por ti y por mí, por el rastro de humanidad que se nos va en cada vida que se escapa. Qué bueno sería poder convivir en la riqueza de la diferencia, tener motivos para creer y mirar el futuro con optimismo. Qué bueno sería…