Hace un año comenzamos a transitar un camino de incertidumbre. El 11 de marzo del 2020 se declaró formalmente la pandemia del coronavirus. Y aquí seguimos 12 meses después, muchos muertos después, en la misma incertidumbre. El virus microscópico que puso en jaque a la especie dominante del planeta nos cambió la vida como no imaginamos hace un año. Vuelvo entonces a escribir sobre la pandemia porque sigue ahí en el centro del escenario y nombrarla es también una manera de hacer catarsis para mirar al futuro sin tanto miedo o a pesar del miedo. Veo luces y sombras en ese porvenir distinto porque hemos descubierto otra manera de existir, de ser y estar, aunque también la pandemia profundizó las grietas que nos dividen y alimentó demonios que no hemos podido controlar.
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Hace un año comenzamos a transitar un camino de incertidumbre. El 11 de marzo del 2020 se declaró formalmente la pandemia del coronavirus. Y aquí seguimos 12 meses después, muchos muertos después, en la misma incertidumbre. El virus microscópico que puso en jaque a la especie dominante del planeta nos cambió la vida como no imaginamos hace un año. Vuelvo entonces a escribir sobre la pandemia porque sigue ahí en el centro del escenario y nombrarla es también una manera de hacer catarsis para mirar al futuro sin tanto miedo o a pesar del miedo. Veo luces y sombras en ese porvenir distinto porque hemos descubierto otra manera de existir, de ser y estar, aunque también la pandemia profundizó las grietas que nos dividen y alimentó demonios que no hemos podido controlar.
Avanza la vacunación en el mundo y aún no es claro cuándo terminará todo o si terminará, porque las nuevas cepas ya están retando esa esperanza. No volveremos a lo que había antes. El mundo es otro y hay transformaciones irreversibles. El trabajo en casa llegó para quedarse y no todos volverán a las oficinas, que se harán en el futuro más pequeñas y sencillas. Las reuniones virtuales, las charlas y mil celebraciones de la palabra oral encontraron la forma de llegar a más gente para tender puentes a pesar de las distancias y se descubrió un potencial que tampoco se irá cuando el virus pase, si es que pasa. Para quienes tenemos tendencia a la soledad y a la distancia, ese encontrarse desde lejos es una especie de ritual perfecto en el que se puede estar y no estar. Es disfrutar de las ventajas de la palabra sin la pesadilla de jugar a ser sociable sin serlo.
Las sombras vienen por los abismos sociales, económicos y de discriminación que se agudizaron. Más mujeres que hombres perdieron el empleo en la pandemia. Más mujeres que hombres asumieron las labores del cuidado familiar en la pandemia. Más mujeres fueron víctimas de feminicidio y violencia de género en la pandemia. Algunos analistas consideran que en este año se puede haber perdido lo avanzado en una generación en la lucha por la igualdad.
Hay más: los países ricos que acaparan más vacunas que habitantes muestran la cara de una sociedad que no ha aprendido a convivir. No se puede enfrentar una crisis global con herramientas en las que prima el nacionalismo. Eso nos hace pensar en la necesidad de construir de otra forma nuestras relaciones entre países. Muchos desafíos de hoy son colectivos: pandemias, crisis climática, redes sociales, migraciones. Y a pesar de eso insistimos en creer que se resuelven levantando muros y banderas.
Tampoco entendemos la magnitud de la epidemia de problemas emocionales derivados del encierro, la enfermedad, la crisis económica y los duelos atropellados. Esta semana escuché decir a Sandy, una compañera y amiga muy cercana, que cuando perdió a su madre víctima del COVID-19 a ella solamente la abrazó el piso. No era una figura literaria. Cuando llegó al hospital en donde falleció su madre no hubo nadie que le diera alivio o consuelo. Ni siquiera su padre, que la miraba desolado desde la distancia porque también era positivo para COVID-19 y temía contagiarla. Literalmente abrazar el piso fue para ella la salida ante un dolor repentino e inexplicable. Un dolor que está tramitando sin la solidaridad de un abrazo que hace tanta falta en tiempos de pandemia. El futuro es desconocido y creo que nos iría mejor si lo enfrentamos juntos.
En el aniversario de la pandemia tomo prestadas las palabras del papa Francisco en su viaje a Irak: “Sólo si logramos mirarnos entre nosotros, con nuestras diferencias, como miembros de la misma familia humana, podremos comenzar un proceso efectivo de reconstrucción y dejar a las generaciones futuras un mundo mejor, más justo y más humano”.