Mucho circo y nada de pan

Reinaldo Spitaletta
31 de octubre de 2007 - 09:23 a. m.

La política se ha envilecido. Ya no es el arte de conducir a los pueblos hacia la elevación de su dignidad y al desarrollo social y espiritual, sino un asunto de mezquindades, de rebatiñas vulgares.

Un negocio. Otorga enorme rédito al "político" y humillaciones al ciudadano de a pie. Es, analizada con ojos menos críticos, una suerte de chiste flojo, de farsa liviana, como un circo en el cual sus payasos ya agotaron su repertorio de hilaridades.

Antes, digamos en lejanos tiempos ilustrados, hablar de política era referirse a la reflexión, al debate, a la confrontación civilizada entre contrincantes. Sin embargo, desde hace muchos años, en Colombia la política está relacionada con las desventuras del pueblo y las ganancias de unos cuantos que usufructúan el poder. En el país, a la política (en particular a la tradicional) se le deben las miserias de los desprotegidos y la riqueza de los potentados. La inequidad. Y la iniquidad.

Ah, y por otra parte, ya no responde a la configuración de idearios, a un pensamiento acerca de las estructuras y supraestructuras sociales. No hay contenidos filosóficos ni razonamientos. Asistimos, por lo menos en este país de desgracias sin cuento, a una frivolización de la política, que ahora es más un tema de cosmética que de dialéctica.

Ya no hay partidos. O sí: de pacotilla. O de colorinches. Todos con nombres simpáticos. Superficialidad. Y parece que eso da votos. Se llama entonces a no pensar, a no cuestionar, solo a sufragar por una consigna, por una promesa vana. El político de hoy, en su mayoría, se ampara en la necesidad del despojado. Y lo embelesa con golosinas, con envolturas atractivas y sin contenido.

Lo hemos visto y padecido en la actual campaña electoral, por ejemplo en Medellín. La misma ha estado salpicada de "propaganda negra": rumores, falsas encuestas, chisme de atrio. Incluso estuvo presente la siniestra figura del venezolano J.J. Rendón, acusado de ser agente de la CIA, experto en montajes propagandísticos en los cuales no son las ideas las fundamentales sino descalificar al oponente, degradarlo.

Y parece que desde los tiempos en que el alucinado Francis Fukuyama proclamó la muerte de las ideologías y el fin de la historia, para a su vez poner al capitalismo como la panacea universal, se pretende vaciar de contenidos los discursos. La política es hoy el arte de la simulación, una mascarada mediocre.

La política en Colombia, la tradicional -insisto-, es la del verdugo. En esta "democracia" de sufragio escaso y alta abstención, el uribismo campea en casi todos los aspirantes. Y también está presente la realidad -que no fantasma- de la parapolítica. Y lo más asqueante radica en la posición borreguil de algunos grandes medios de comunicación al servicio de la oficialidad. Mataron el periodismo y se dedicaron a la propaganda.

Los "políticos" cabalgan o en la ignorancia de la gente o montados en la espalda de los descamisados, todos llenos de necesidades y angustias. No los llaman a la lucha por sus derechos, a la crítica de la situación, sino a que sigan siendo aves de corral. No hay una convocatoria a acabar con la centenaria postración, sino a continuar sometidos a un sistema excluyente.

En Colombia se dice que hay democracia porque hay elecciones. Que tampoco son libres porque hay candidatos amenazados, asesinados, desaparecidos. Y porque, con diversos mecanismos y manipulaciones, el régimen busca que ganen sus partidarios.

En la política ya no hay dirigentes sino gerentes. Lo dicho: es un negocio. La ciudad ya no como una posibilidad real de disfrute y civilidad para la gente, sino como una máquina de rentabilidades. La política -o, de otra manera, su forma vulgar y repetitiva: la politiquería- se redujo a un festín para el clan ganador. Las migajas irán a los vencidos.

El deber ser de la política se "perratió". La política debe servir para que el ciudadano exija sus derechos, los conquiste, para que en el momento oportuno desobedezca y deponga al mandatario corrupto, antipatriota, al que no lo representa. Hoy está confeccionada para la irreflexión y para el sometimiento de muchos a unos pocos. El circo continúa. Y lo peor: el pan escasea.

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