Combatiente enemigo

Pascual Gaviria
11 de marzo de 2009 - 04:00 a. m.

ALÍ AL MARRI ESCOGIÓ UN DÍA tranquilo para viajar desde Qatar hasta Estados Unidos en compañía de su esposa y sus cinco hijos.

El 10 de septiembre de 2001 llegó a Chicago con la idea de estudiar un doctorado en Bradley University. Luego de los complicados aterrizajes del día siguiente, Al Marri y sus barbas ya estaban en la mira del FBI. Unos meses más tarde descansaba en la cárcel, acusado de mentir a agentes federales y de fraude en la información de sus tarjetas de crédito. Antes de comenzar su juicio en un tribunal de Illinois fue declarado “Combatiente enemigo” por una directiva presidencial del gobierno Bush y recluido en la celda de un buque militar anclado en las costas de Carolina del Sur.

Hasta hace unos días era el único habitante de Estados Unidos privado de las garantías de un juicio según la Constitución y las leyes norteamericanas. Un paria que no pudo llegar hasta Guantánamo. Era lógico entonces que se convirtiera en una atracción legal, una deformidad intrigante para abogados, políticos, activistas y periodistas judiciales. Poco a poco su situación se transformó de necesidad inevitable a vergüenza creciente para los emblemas y los discursos del Norte.

Desde que se invocó el primer recurso de Hábeas corpus por la detención ilegal, un juez federal de Illinois dejó claro, en el mismo legajo donde dijo no ser competente, su desacuerdo con los ritos del proceso contra Al Marri: “Normalmente la carrera de las autoridades es para llegar a los tribunales, en este caso ha sido para alejarse de los tribunales”.

Se demostró que la vía legal es un camino retorcido incluso para proteger el más elemental derecho en una democracia. El presidente ganó todos los pleitos basado en una decisión del Congreso —Autorización para el Uso de la Fuerza Militar— tomada una semana después del 11 de septiembre.

Ahora el presidente Obama ha revocado las directivas de su antecesor y ha dado la orden de tratar a Al Marri como si fuera un hombre cualquiera. Ha sido llevado a una prisión federal, tiene cargos por favorecer el terrorismo, un sumario de apenas dos páginas, cuando lo usual son montañas de papel, y podría ser condenado a 30 años de cárcel en tierra firme. Pero no todo tiene que ver con el cumplimiento de la frase del discurso de posesión según la cual la lucha legítima de Estados Unidos no le da derecho a violar los tratados internacionales y los principios de la nación. La decisión de Obama ha logrado que la Corte Suprema no tenga que pronunciarse sobre el caso de Al Marri.

La esperanza de los activistas de Derechos Humanos era que la Corte saldara la discusión hacia el futuro diciendo que el presidente de Estados Unidos no tiene la potestad de detener indefinidamente y sin juicio a ninguna persona, sin importar que tuviera o no la ciudadanía norteamericana. Obama ha salvado un caso particular de vergüenza y ha evitado un precedente hacia el futuro y una condena desde el interior a los comportamientos de la administración Bush. Parece que es muy pronto para renunciar a todas las herramientas posibles. Incluido el comodín del “Combatiente enemigo”. Queda claro que Obama tiene buenas maneras y malos presentimientos.

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