Comenzó la Segunda Guerra Fría, pero no la vemos

Santiago Villa
12 de diciembre de 2018 - 05:00 a. m.

Estados Unidos disparó la primera pieza de artillería en una Segunda Guerra Fría que tiene un componente futurista: es invisible.

La Primera Guerra Fría pudo representarse de formas espectacularmente cinematográficas. Los escenarios más dramáticos: el Muro de Berlín, Da Nang, Bahía Cochinos, el éxodo de Luanda, el Palacio de la Moneda, la celda de Mohammad Mosaddegh. El lecho de muerte de Mohammad Mosaddegh. El hoyo en la sala de estar de Mohammad Mosaddegh, donde el Sha escondió el cadáver de su rival, porque enterrarlo donde Mosaddegh quería, junto a las víctimas de la violencia política, era arriesgarse a un levantamiento de las masas. Incluso muerto, el derrocado primer ministro de Irán era demasiado peligroso.

Pero el fantasma de Mohammad Mosaddegh, su flamante rostro de vampiro de Hollywood, embruja a los Estados Unidos. Fue el imán de la Revolución Islámica. Como ocurre casi siempre en esas devastadoras tragedias que la CIA teje para hacerse útil, para darle su sentido a un mundo que de otra manera tendería a ese horror vacui de disgregación que se llama la soberanía de los pueblos, sus maniobras de domino imperial son la arcilla de sus futuros adversarios. 

La Segunda Guerra Fría no iba a ser, por supuesto, contra Irán, ni algún otro país del Tercer Mundo, sino contra China.

El arresto en Vancouver el 1º de diciembre de Meng Wanzhou (quien como nombre occidental lleva uno evocador de la Primera Guerra Fría: Sabrina Meng), la gerente financiera de la multinacional Huawei, fue el primer fuego de artillería. El motivo del arresto es que, supuestamente, Meng diseñó un sistema bancario en las sombras con la ayuda de HSBC para evadir las sanciones de Estados Unidos a Irán. Canadá la detuvo para extraditarla al país vecino.

La Segunda Guerra Fría comenzó y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no se enteró. Él tampoco la ve, o al menos eso dice. Los asesores de Trump sostienen que él no sabía del arresto cuando estaba reunido con el presidente de China en Buenos Aires.

Aclaremos: mientras Xi Jinping y Donald Trump cenaban chorizo y chimichurri, y discutían cómo bajarle la intensidad a sus conflictos económicos, en Vancouver detenían a una de las gerentes más importantes de China, por solicitud del Departamento de Justicia, y el presidente no lo sabía. Es verosímil. Llamémosle "fake truth".

Quien luego dijo que sí sabía de antemano de la maniobra fue John Bolton, el asesor nacional de Seguridad de los Estados Unidos. Por eso algunos ahora dicen que el cerebro tras el gatillo fue él. 

Sea como fuere, la suerte está echada. La cena, estropeada.

Las principales empresas estadounidenses les han pedido a sus ejecutivos que no viajen a China, de no ser absolutamente necesario, por temor a retaliaciones. El hilo de unas relaciones que durante el último año han estado sometidas a tensiones podría soltarse.

¿Merecía Meng Wanzhou ser arrestada por Estados Unidos? ¿Cuántos altos ejecutivos de Estados Unidos merecen ser arrestados por países extranjeros? 

El problema de maniobras como esta es que ponen de relieve cuán hipócrita es el sistema de la justicia internacional, pues depende exclusivamente del gigante que tenga las garras para aplicarla, las armas para hacerla cumplir.

China ya podría ser un pez demasiado grande para Estados Unidos. En su afán por hacer su justicia, su versión de la justicia según su versión de la historia (una versión en que la Revolución Islámica violaría el imperativo categórico), Donald Trump, o sus secuaces a sus espaldas, habría acelerado la creciente división del mundo en dos sistemas de justicia que compiten bajo el mismo modelo económico. 

A diferencia de lo que sucedió con la Unión Soviética, a la larga en este conflicto nadie querrá escoger un bando. En China todos tienen demasiado dinero invertido. 

La Segunda Guerra Fría será la desarticulación de la red de alianzas estadounidense. Su definitiva entrada al territorio de los países que alguna vez fueron grandes imperios, y si bien ahora tienen economías fuertes, son políticamente débiles, como Gran Bretaña; o que tienen economías quebrantables y son políticamente débiles, como España. 

Y desde la celda de Sabrina Meng, el fantasma de Mohammad Mossadegh por fin impartirá su justicia.

Actualización: el 11 de diciembre las autoridades chinas arrestaron a Michael Kovrig, exdiplomático canadiense que trabajaba desde Pekín como director para Asia Oriental del International Crisis Group. 

Twitter: @santiagovillach

 

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