Cómo entender el inconformismo social

Columna del lector
27 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Por Ricardo Moreno Prieto

La voz de la gente es la voz de la conciencia de muchas generaciones.

La sociedad actual manifiesta su descontento en las calles expresando con vehemencia la injusticia e inequidad reprimidas durante décadas. Administraciones de gobiernos con agendas personales, egocéntricas, mezquinas y muchas veces con prácticas corruptas llenan una copa a punto de desbordarse.

La voz de la gente es la voz de la conciencia de muchas generaciones, aceptando el reto de participar en los cambios de fondo, de exigir a sus gobernantes un trabajo diligente, pero sobre todo una eficiente aplicación de la justicia. Aquella que ha estado en deuda a través de la historia, porque la justicia pasó de ser ciega a echar miradas coquetas a victimarios que la están cortejando para citas indecentes. Anda caminando sin su venda y se volvió corruptible. Su balanza es un balancín donde se arrulla el principio moral que no da ejemplo. Y su espada castiga mayormente a inocentes que a pillos.

Las democracias imperfectas que se van fracturando con el paso del tiempo, los inmensos errores y las deudas sociales casi impagables son un gran caldo de cultivo para los actores dogmáticos que reclaman su escena al fragor del inconformismo. Peligrosa la violencia, la falta de claridad al pedir y al otorgar, la falta de humildad para la concertación y el reconocimiento, las continuas fallas al comunicar y una larga lista de elementos peligrosos prenden las alarmas.

No se pueden dejar a un lado los logros conseguidos en la complejidad de la evolución social, hay avances en la aceptación y la inclusión de causas que andaban a la deriva. Ninguna sociedad se termina de formar, de cuando en cuando un ciclo se desgasta y debe engranar con uno nuevo, más dinámico, más responsable, más justo y real.

Se requiere reprimenda, mas no violencia; se necesitan voces claras, no arengas de guerra. Los líderes democráticos deben escuchar todos los argumentos, reflexionar, asumir y actuar con veracidad y efectos inmediatos, no es un pulso con los impetuosos que genera caos y confusión, es la magnífica oportunidad de mostrar hechos contundentes, tangibles, sostenibles en el tiempo.

Los ciudadanos pueden darse a la gran tarea de auditar seriamente a sus gobernantes elegidos por ellos para hacer lo correcto, no permitir excesos de poder ni desidia al trabajar. Sacar adelante proyectos para el beneficio común y cuidar con rigurosidad lo que se ha hecho bien.

¡Reformar, claro!, lo que se ha convertido en debates eternos con aplicaciones ilusas, burocracias insensatas y normas funestas.

¡Revolucionar, también!, la manera de pensar, de actuar, de convivir, de percibir un colectivo desigual, pero funcional, evitando los errores históricos y ocupando los vacíos dejados por la apatía.

Los países no son realmente de las próximas generaciones, son de todas las generaciones que viven su presente anhelando el siguiente día mejor que el anterior y, por qué no, con la esperanza puesta en un futuro superlativo.

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