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Cómo legalizar la mota

Bill Keller
25 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.

LA PRIMERA VEZ QUE HABLÉ CON Mark Kleiman, experto en políticas sobre drogas en UCLA, fue en 2000 y me explicó por qué era mala idea legalizar a la marihuana. Claro que el gobierno debía quitar las sanciones por posesión, uso y cultivo de cantidades pequeñas, dijo.

No estaba a favor de hacer forajidos de quienes disfrutan una droga que es menos perjudicial que el alcohol o el tabaco. Sin embargo, le preocupaba que un robusto mercado comercial llevara, inevitablemente, a un consumo mucho mayor. No se necesita ser prohibicionista para reconocer que la mota, en especial entre adolescentes y usuarios duros, puede dañar gravemente el cerebro.

Así es que me interesó enterarme, 11 años después, que Kleiman coordina el equipo asesor del gobierno del estado de Washington en el diseño de algo que el mundo moderno nunca ha visto: un mercado comercial del cannabis totalmente legal. Washington es uno de los dos primeros estados (Colorado es el otro) que legalizan la producción, venta y consumo de la marihuana como una droga recreativa para consumidores de 21 años o más. El debate sobre la marihuana entró en una nueva fase. Hoy, la pregunta más interesante e importante ya no es si se legalizará —al final, poco a poco, será así—, sino cómo.

“En algún momento tienes que decir que una ley que las personas no obedecen es una mala ley”, me dijo Kleiman cuando le pregunté cómo habían evolucionado sus puntos de vista. No ha llegado a creer que la marihuana sea inofensiva, pero sospecha que la mejor esperanza de minimizar el daño puede ser un mercado bien regulado.

Washington y Colorado tienen la intención de inventar a partir de cero y, en teoría, evitar las fallas de otros mercados de vicios legales —tabaco, alcohol, juegos de azar—. La mayor sombra sobre este proyecto es el Departamento de Justicia. Las leyes federales todavía hacen de cualquiera que comercie con el cannabis un delincuente. A pesar del cambio tolerante en las encuestas; a pesar de la evidencia que indica que los estados con programas de marihuana medicinal no han experimentado, como temían los opositores, un incremento en el uso; a pesar de nuevas acciones tendientes a la legalización en América Latina, nadie espera que el Congreso de EE.UU. quite pronto al cannabis de la lista de sustancias delictivas. (“No antes del segundo gobierno de Hillary Clinton”, dice Kleiman).

Sin embargo, las autoridades federales siempre han dejado mucho espacio para la discrecionalidad local, en cuanto a la aplicación de la ley sobre la marihuana. Podrían, por ejemplo, declarar que sólo procesarían a los productores que cultiven más de cierta cantidad, y quienes trafiquen entre estados. El fiscal general de EE.UU., Eric Holder, quizá preocupado por el escándalo, se ha tardado en presentar lineamientos para la aplicación de la ley, que podrían darles a los estados una zona para experimentar en la que se sientan cómodos.

Un reto práctico al que se enfrentan los pioneros de la legalización es cómo evitar que unos cuantos grandes especuladores se traguen el mercado de la marihuana (o, incluso, la industria tabacalera, un poderoso oligopolio con todos los incentivos para convertirnos en un país de drogos). No hay nada inherentemente malo en tener la motivación de las ganancias, pero hay evidencia de que los traficantes de mota, como los proveedores de alcohol, obtienen la mayor parte de sus ganancias de quienes usan el producto en exceso. “Cuando tiene a un productor con fines de lucro o un sector de distribución en marcha, los incentivos son incrementar las ventas”, notó Jonathan Caulkins de Carnegie Mellon, otro miembro del equipo consultor en Washington.

Lo que imaginan Kleiman y sus colegas como el modelo más factible es algo que se parezca a la industria vitivinícola: un mercado fragmentado, muchos productores, donde ninguno domina. Esto podría hacerse limitando la cantidad de proveedores autorizados. Ayudaría, también, permitir que las personas cultiven unas cuantas plantas en su casa.

Si se lee la propuesta que le entregó el equipo de Kleiman al gobierno estatal de Washington, es posible pasmarse por las complejidades de convertir una yerba ilícita en un negocio regulado, seguro y amigable con el consumidor. En la lista de pendientes están: laboratorios de certificación para probar la potencia y la contaminación (la mota puede contener, entre otras cosas repugnantes, pesticidas, moho y salmonella), elaborar normas sobre etiquetación para que los usuarios sepan lo que obtienen, contratar inspectores para asegurar que los vendedores cumplen con los requisitos, establecer límites a la publicidad pues no se quiere que permitir se convierta en promover. Y todas estas reglas no sólo a fumar, sino también a repostería, dulces, bebidas, tabletas, helados y vaporizadores.

Una de las ventajas de la legalización es que los estados pueden quedarse con una tajada de un sector de US$35.000 millones a US$45.000 millones, según estimaciones, y destinar parte de estos nuevos ingresos fiscales a buenas causas. Es la misma táctica utilizada para ganarse la aprobación de la población para las loterías, y con el mismo peligro: que una función gubernamental que vale la pena dependa de la creación de más adictos. ¿Y cómo se reparten los ingresos? ¿Cuánto va a compensar? ¿Cuánto a aplicar la ley? ¿Cómo se gradúan los impuestos para que el precio de la mota sea lo suficientemente alto como para desalentar un uso excesivo, pero no tanto que haga surgir un mercado negro barato? Todas estas regulaciones son casi suficientes para quitarle toda la diversión a las drogas.

Es probable que Washington y Colorado estén inventando en la marcha mientras los alcanza la ciencia. Y la experiencia dice que seguramente algunas cosas saldrán mal.

Nueva York despenalizó la posesión de cantidades reducidas de mota en 1977, a condición de que no hubiese “exhibición en público”. Los legisladores tenían la intención de asegurar que la diversión fuera en las casas, no en parques ni aceras. No imaginaron que esta disposición crearía el pretexto para meter a la cárcel a los jóvenes negros y latinos. En la costa opuesta, California demuestra un tipo diferente de consecuencias no deseadas. La ley estatal de marihuana medicinal es tal desorden que se dice ahora en Los Angeles que hay más dispensarios de mota que cafeterías Starbucks. Hasta los defensores de la legalización total dicen que las cosas se salieron de control. “Es un poco una farsa cuando observas a la gente salir de un dispensario, dar la vuelta a la esquina y revender las drogas”, comentó Gavin Newson, exalcalde de San Francisco, quien está a favor de la legalización. “Si no podemos poner en orden nuestra casa con la marihuana medicinal, ¿cómo esperamos que el electorado lidie con la legalización?”. Ahora forma parte de un grupo que discute cómo imponer más orden en el mercado de la marihuana medicinal en California, con el ojo puesto en una legislación más amplia para 2016. Y, me dijo, su estado estará prestando atención cuidadosa a Washington y Colorado, con la esperanza de que alguien pueda, como lo expresa Mark Kleiman, “diseñar un sistema que nos haga 'disciplinados’ sin que nos deje 'demasiado drogados’ ”.

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