Como un suspiro

Dora Glottman
07 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Fue como un suspiro. Como cuando el aire entra suavemente a los pulmones, calienta por unos segundos el alma y vuelve a salir dejando un vacío. Así fue la llegada al mundo de Eliska Votava. Su nacimiento fue noticia porque se convirtió en un hito en la historia de la medicina. El bebé pasó los últimos 117 días de su gestación en el cuerpo de su madre, Eva, reducida a un estado vegetal. Un récord en ese tipo de situaciones médicas y así lo registró el mundo.

Fue como un suspiro porque así de cortas fueron sus vidas juntas. Lo que dura el aire cálido en los pulmones fue el tiempo que coincidieron ellas dos en este plano. El día en que nació Eliska, su mamá fue desconectada de las máquinas que la mantenían viva. Su supervivencia fue un logro de los doctores del Hospital Facultativo de Brno, en República Checa, pero también de todos aquellos que se convirtieron en Eva desde el momento en que su mente se ausentó.

Esta historia comenzó después de mediodía del 21 de abril de este año, cuando Vojtech Votava llegó a su casa y encontró la escena a la que tanto temía. Su hijo de dos años lloraba, inconsolable, y su esposa, inconsciente, estaba tirada en el piso de la habitación. Durante el primer embarazo a ella le habían detectado una malformación en las venas del cerebro, pero soñaba con una familia numerosa y volvió a quedar encinta. Vojtech llegó al hospital en un helicóptero ambulancia con su mujer en estado de gravedad. A sus 27 años había sufrido una hemorragia cerebral. También tenía 17 semanas de embarazo.

A las cuatro de la tarde ese mismo día, los médicos declararon su muerte cerebral y se reunió a la familia para determinar qué pasaría con la criatura. Ese fue el primero de dos encuentros agridulces entre los especialistas y los seres queridos de la pareja.

Lo que pasó durante las siguientes 17 semanas, hasta que nació la niña, el 15 de agosto, a las 34 semanas de gestación, tiene dos lecturas. La médica, que quedará registrada en los anales de la historia, y la humana, que da fe de la fuerza del amor. Las enfermeras a cargo de Eva se repartieron turnos para hablarle cariñosamente al feto, poner música en la habitación y acariciar el vientre como lo haría una mamá expectante. La abuela de Eliska, y madre de Eva, desempolvó una caja de cuentos de hadas para leérselos a sus dos bebés silenciosos. Los terapeutas movían el cuerpo de la madre, para que la criatura no lo percibiera inerte y todos rodearon al padre con regalos y mimos por ser él ─de alguna manera─ padre y madre a la vez. A falta de una progenitora de mente presente, la familia suplió todo, inclusive una tía que recientemente tuvo un bebé extendió su periodo de lactancia para amamantar a la recién nacida, que hoy está en su casa con su hermano y su papá.

En el mundo hay registro de solo 20 casos similares al de Eliska, por eso es difícil predecir qué efecto tendrá en la vida de la niña el haber quedado prácticamente huérfana de madre 17 semanas antes de nacer. Sin embargo, es evidente que a falta de mamá tiene una comunidad dispuesta a criarla.

Esta historia es el opuesto de la violencia. Es amor en su versión más pura. Así lo vivieron los médicos y familiares durante el segundo encuentro agridulce, cuando rodearon la cama de Eva para despedirla. No sabemos qué tanto registró su alma sobre lo que pasó en los últimos meses, pero podría uno adivinar que, con su último aliento, pronunciaría su más profundo agradecimiento.

 

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