¿Cómo vender boletas para un partido de fútbol de la selección?

Columnista invitado EE
30 de septiembre de 2017 - 03:00 a. m.

*Ciro Gómez

De las muchas cosas que sorprenden sobre la venta y reventa de boletas para los partidos de la selección, uno que me llamó la atención fue que en el país haya tantos aficionados dispuestos a pagar $2 millones por una boleta. Si a esto le agregamos que, como dicen las noticias, “ni un barranquillero” fue al partido, quiere decir que además de los $2 millones, el aficionado compró pasajes y ese día no fue a trabajar, como mínimo. ¿Cuánto le habrá costado finalmente asistir al partido?

Es, sin duda, una muestra de la pasión que genera nuestra selección. Y esa pasión se encuentra en todos los niveles: para el partido de Colombia-Brasil las boletas de $60.000 se revendían a más de $500.000. Eso me lleva a la pregunta de por qué se vende a $60.000 algo que vale más de $500.000.

Una primera respuesta es que nadie pensó que hubiera público dispuesto a pagar tanto por un partido de clasificación al Mundial. Si esta es la razón, se trataría de una equivocación costosa; quizás en los grandes volúmenes económicos que se manejan (derechos de televisión, por ejemplo, y patrocinadores) no sea mucho, pero con todo 6.000 boletas vendidas a $60.000 en lugar de a $500.000 equivalen a $2.640 millones perdidos. Y si son unas 23.000 boletas las que salen al público, a precios entre $60.000 y $350.000, las más caras, y que luego se revenden entre $500.000 y $2 millones, el desfase puede ser de unos $15.000 millones. No es mucho, pero sirve.

Se me ocurre que la razón debe ser otra. Y no pensando mal, supongo que es un tema de equidad. Si las boletas salieran originalmente a precios exorbitantes (de $350.000 a $2 millones) no podrían ser adquiridas por los aficionados que no cuenten con esos recursos. Y la idea es que el fútbol sea compartido por todos, y que todos podamos asistir.

Sin embargo, la dificultad, como pasa con muchas cosas, es que hay más interesados que sillas: el eterno problema de los recursos escasos y cómo distribuirlos. Para este problema hay dos respuestas genéricas: por mecanismos de mercado o por planeación centralizada. En general, hay acuerdo en que lo más conveniente debe ser una mezcla de ambas cosas; en donde no nos ponemos de acuerdo es en qué es lo que se debe distribuir con cada mecanismo.

Bienes como las vacunas, claramente, no se pueden dejar a los mecanismos de mercado; cada niño debe recibir todas sus vacunas, sin importar si sus padres pueden pagarlas o no. Por otra parte, quien quiera usar corbatas finas, que las pague, y si no le alcanza porque son muy costosas para sus ingresos, que no las use; ese no es un problema público. Las preguntas aquí son: ¿qué tipo de bien son las boletas de la selección?, y, ¿se parecen a las vacunas o a las corbatas finas?

La recreación es parte de los derechos fundamentales y en ese sentido las boletas parecen estar más cercanas a las vacunas. Supongo que esa es la razón del control del precio que tienen. Sin embargo, me queda la duda de si no será este un caso en que las buenas intenciones generan más daño que bien.

Naturalmente, entiendo y aplaudo el afán de la Superintendencia y sus acciones para evitar especulación, acaparamiento y corrupción; este no es el punto. La duda es si todo esto se hubiera podido evitar si desde un principio los valores de las boletas se hubieran ajustado al valor real que tienen en el mercado. La única razón para comprar masivamente boletas para revender es que los precios originales de venta están completamente desfasados de los del mercado. Y lo más triste es que igualmente terminaron yendo solamente los que tenían suficiente dinero para pagarlas, sólo que dejando a su paso ineficiencia y corrupción.

Si, en cambio, las boletas se hubieran vendido a los precios de mercado, no habría habido incentivos para comprar y revender, y esos $15.000 millones, en lugar de quedar en manos de avivatos (por decir lo menos), se podrían haber utilizado para muchas buenas cosas: patrocinar el deporte, mejorar la infraestructura del estadio e implementar otros sitios para ver el partido en comunidad.

Los controles de precios, las medidas de supervisión, son herramientas muy poderosas que sólo deben utilizarse en los casos en los que verdaderamente lo amerita. Estamos cerca de políticos que plantean el control central como una panacea para todo y que se olvidan de las lecciones de la historia.

Cuentan que un ciudadano de la entonces Unión Soviética, en su viaje por un país capitalista, aventuró sobre una panadería: “Se ve que en esa panadería no hay pan”. Le preguntó su contertulio por qué creía que era así y dijo: “No hay cola”.

Las colas, la ineficiencia, la corrupción, la escasez y el mercado negro son las consecuencias de controlar centralizadamente lo que no se debe controlar así. Para eso se inventó el mercado, un mecanismo que, bien utilizado, ha sido muy benéfico. El poder del Estado se debe reservar para aquellas cosas (¡que las hay!) que verdaderamente lo ameriten.

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