Complejidades del odio

Mario Méndez
17 de mayo de 2019 - 06:30 a. m.

Sin profundizar mayormente, tenemos la certidumbre de que el odio es un bajo sentimiento, inimaginable en un ser íntegro. Pero el asunto es tan complicado que reflexionar sobre el mismo es hueso duro. Siempre le pediremos a la vida que nos libre de esa forma de pobreza y preferimos sentir desprecio, incluso lástima, pesar, por quienes se abrazan a Tánatos, la Muerte, y no a Eros, la Vida. Pensamos que no enaltece sentir odio, y en tal sentido traemos a colación al filósofo francés François de La Rochefoucauld: “Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos pone por debajo de aquellos a quienes odiamos”, lo cual concuerda con el pensamiento de su compatriota Victor Hugo: “Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga”.

Cabe asimismo pensar que quien siente odio está mostrando elementos negativos que pueblan su propio ser, como piensa el alemán Hermann Hesse, autor de El juego de los abalorios: “Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”. Es ahí donde reside el temor que acosa al hablar de este tema tan espinoso. Si cada cual repasa su vida, y si trae a la memoria las acciones de aquellos que en algún momento le hicieron daño o estuvieron cerca de hacerlo, puede estar tranquilo y seguro de no haberse disminuido sintiendo odio. Con el tiempo, el ofendido verá en ellos a unas víctimas de su entorno, de una cultura en que jamás se cultivaron valores útiles al sustento de formas elevadas de pensar y de sentir, de convivir, de tener consideración y comprensión por los demás.

Nuestro propósito al hablar sobre tamaña papa caliente es expresar preocupaciones sobre los momentos que vive el país en su proceso de perdonar para reconstruir, de discernir sobre las debilidades que todos hemos tenido, de fomentar el acercamiento espiritual con el vecino, el de la esquina, ese ser humano que vive dificultades e instantes de felicidad, como nosotros, así piense diferente.

En nuestro paso por la vida nos han inspirado una gran devoción quienes se ganan el reconocimiento colectivo en virtud de su amor hacia los demás, como Pedro Claver, en las antípodas de quienes promueven sentimientos negativos contra el otro, el contradictor. En Colombia hemos conocido gente que busca la felicidad ajena, cuando personalmente ya logró lo suyo o no se preocupa por lo propio. Fue el caso del profesor Héctor Abad Gómez, cuyo asesinato sacudió al país. Ahí, en un personaje de esa talla, encontramos grandeza, reflejo y testimonio de lo mejor del ser humano.

Quizá lo más grave de este complejísimo asunto descansa en que los incitadores del odio estropean la cultura del amor, de la construcción, de una visión feliz del futuro, y ya sabemos que darles un vuelco a esos factores negativos demanda mucho tiempo.

Finalmente, señalemos que algunos, para conseguir apoyo a su expresión del odio, apelan a la pasión, a la adhesión ciega, a cautivar. Dice William Shakespeare: “Si las masas pueden amar sin saber por qué, también pueden odiar sin mayor fundamento”.

Tris más. Fraternal abrazo a Francia Márquez Mena, elemento de nuestra alma negra que conmueve, luchadora por lo suyo, de todos, incluso de sus perseguidores y sus hijos y sus nietos y otros que vendrán. ¿Alguien es capaz de odiarla?

* Sociólogo, Universidad Nacional.

 

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