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¿Complots?

Francisco Gutiérrez Sanín
05 de septiembre de 2008 - 02:02 a. m.

CONOZCO IZQUIERDISTAS BASTANte inteligentes en varios dominios, pero que están dispuestos a creer que la llegada de los Estados Unidos a la Luna fue en realidad un invento de la CIA, o que Goebbels está vivo y escondido en alguna parte de Suramérica (o que los ataques a las Torres Gemelas en realidad fueron un plan imperialista).

Simétricamente, hay gentes bastante lúcidas, pero que cuando sienten que el Presidente está siendo agredido, se dejan guiar por impresiones vagas: la mirada astuta de este magistrado, el rostro ceñudo de aquel, de pronto simplemente la idea generalizada de que en el fondo todos los políticos son iguales y que si alguien denuncia un delito es porque busca algo oscuro.

Terminan concluyendo que el cúmulo de eventos que han manchado al Gobierno son producto de una terrible conspiración: entre más escándalos salen, más evidente resulta que aquella es enorme y peligrosa. Algunos de los que sugieren esto han leído un montonón de libros, pero eso no los protege de sacar conclusiones infantiles (a veces por simple malicia, pero muchísimas veces también por ceguera).

Así, pues, parte del efecto teflón que protege al Presidente tiene que ver con la facilidad con que se vende la teoría del complot, en todos los niveles educacionales. ¿A qué se debe su fuerza persuasiva? A muchas razones, pero la primera quizá sea que en efecto parte esencial de la vida política —tanto la grande como la pequeña— está constituida por maniobras y conspiraciones.

La experiencia vital de ver a distintas personas tramando cosas constantemente ha de predisponer a mucha gente a creer cuentos que en otros contextos se considerarían bastante risibles. Esto casa con todo tipo de prejuicios y temores que están ahí, esperando a que alguien los explote. No basta con ser aplicado o tener un alto nivel educativo para ponerse a cubierto de la credulidad ingenua. Leo en la magnífica biografía de Mussolini por Bosworth (Ediciones Península) que el Times inglés reseñó con toda la seriedad del mundo Los protocolos de los sabios de Sión, un grotesco panfleto antisemita y uno de los más dañinos ejemplos de teorías del complot de la historia.

Los que creen en las teorías del complot cometen tres equivocaciones básicas. Primero, no se dan cuenta de que no hay nadie con poderes ilimitados. Los seres humanos hacen la historia, y las historias, pero no a su voluntad; toman decisiones y generan condiciones, pero no pueden especificar desenlaces (pues hay muchos otros agentes empujando en diferentes direcciones). Segundo, no entienden que NO todos los políticos son iguales.

Tantos intelectuales creyeron que el non plus ultra del radicalismo consistía en proclamar que lo eran, hasta que la dura experiencia nos demostró con la elocuencia brutal de los hechos que ese discurso —a más de erróneo— creaba todas las condiciones para el desarrollo de una mentalidad autoritaria en el país. Tercero, no han entendido que cuando se lanzan desde arriba sugerencias vagas y afirmaciones sin pruebas, es mejor dudar de ellas. Para poner un ejemplo, todos deberíamos pedirle al Presidente de la República que suspenda por un momento su desordenada gritería y nos explique a todos por qué sugirió públicamente hace unos meses que las actuaciones de la Corte Suprema de Justicia eran el último coletazo del terrorismo. ¿Qué pruebas tiene? ¿Qué evidencias? Mientras no responda, yo simplemente ya no le creo. Sugiero que le apliquemos ese criterio a él —y a todos—. A ver si el escepticismo público funciona mejor que la bandera blanca.

 

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