¿Compromiso o evasión…qué pasa con el otro?

María Antonieta Solórzano
06 de agosto de 2018 - 04:16 p. m.

Cuando nos encontramos frente al hecho de haberle causado daño a un ser querido o un desconocido, la mayoría de nosotros experimenta dolor. Sin embargo, lo que cada uno se propone a partir de ese dolor hace una gran diferencia.

Por ejemplo si, lo que nos compromete principalmente es el sufrimiento del otro, intentaremos reparar o acompañar empáticamente. Si, lo que nos preocupa es lo que se va a pensar de nosotros buscaremos justificarnos o mejor evadirnos, usaremos excusas, le restaremos importancia a la situación o pretenderemos que como no fue nuestra intención, probablemente tendremos poca o ninguna responsabilidad en las consecuencias.

Lo claro es que nuestra intención no garantiza que el resultado de nuestro comportamiento sea positivo, esto es así aún si nos equivocamos de buena fe.

Y es que, asumir o no, nuestra responsabilidad es precisamente lo que da cuenta de la clase de “frutos” que nuestro corazón ofrece. Comprometerse o evadirse le da forma a la clase de pareja, padre, hermano o amigo que somos y, en un contexto más amplio, la clase de ciudadano, socio o gobernante que nos proponemos ser.

Para que las consecuencias de nuestras acciones sean mas correspondientes a nuestras intenciones es necesario abandonar una costumbre normalizada y trivializada en nuestra cultura, aquella de que nos parezca natural que unos tengan privilegios y otros no. Mas aún, que el que acumula privilegios y no méritos se convierta en el que “manda.”

Por ejemplo, El niño que tiene el privilegio de ser el dueño del balón, puede decidir a quien acepta y a quien no, simplemente porque el es el dueño, al final del día la pelota puede simbolizar cualquier cosa, el padre impone como se maneja el hogar, el mayor de una familia decide a quienes escoge para sus juegos sexuales, el jefe puede ser indolente con el futuro de sus colaboradores, un presidente ordena como explotar los recursos naturales de un territorio.

Y, todo esto sin mayor cuidado por las consecuencias, pues solo se requiere estar en el lugar del privilegio para afectar a los otros. Una sociedad organizada de esta suerte nos lleva al peor de los mundos,

Para que podamos tener una convivencia armónica necesitamos que el fruto de los corazones sea el compromiso con la empatía y la sabiduría, que notemos que cada acción nuestra, seamos autoridad o no, inevitablemente afecta la vida de los otros.

En consecuencia, reemplacemos nuestros deseos y caprichos avalados por los privilegios por el compromiso de enaltecer, valorar y cuidar del otro y del territorio. Elijamos estos valores como guía de nuestra interacción y, si aun así, las consecuencias son inesperadas permitamos que nuestro corazón sea capaz de asumir la responsabilidad.

 

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