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Con aroma de excelencia

Fernando Toledo
19 de noviembre de 2012 - 11:23 p. m.

Pocas veces, como ocurrió tras la presentación de la gran soprano norteamericana Renée Fleming, en el Teatro Julio Mario Santo Domingo, se sale de un espectáculo musical con el sentimiento de haber vislumbrado la perfección.

Esa Belle Époque, algo extendida, de la que dijo Zweig que “quien no la conoció no supo lo que era la dulzura de vivir”, cuando coexistía el gran Verdi con los impresionistas franceses, con los veristas y con un expresionismo musical que habría de encontrar caminos insospechados, fue, a la postre, el hilo conductor de un recital que abordó la emoción desde un ángulo casi psicológico, y que tuvo además de una enorme belleza una asombrosa exigencia vocal.

Entre los conciertos con grandes figuras que, en su corta existencia, ha articulado una sala que empieza a ser el paradigma bogotano de la lírica, éste fue, como suele decirse, “la guinda del pastel”. La señora Fleming puso de presente todo el caudal de una tesitura; desde los pianísimos llenos de sutileza, de los que hizo gala en las Ariettes Oubliées, de Debussy, hasta el impecable legato en las canciones de Ricardo Strauss, o en ese largo segmento del cuarto acto del Otelo, de Verdi, a cargo de Desdémona, que interpretó con devoción conmovedora, pasando por la firmeza de los agudos y una mezza voce de muchos quilates, a cada instante surgía la ductilidad y la tersura que la han convertido, sin ambages, en un emblema del género operístico.

Más allá de los “bises” y en particular del Summertime, de Gershwin y del pucciniano O mio babbino caro, que con sobrada razón enardecieron al auditorio, o del derroche de expresividad y hasta de humor que demostró la intérprete en las canciones populares de Auvernia, de Canteloube, acaso el momento de mayor hondura fue cuando abordó la emotiva aria de Marietta, de La ciudad muerta de Korngold que, sin menoscabo de llevarla a exhibir una riquísima flexibilidad vocal, dejó advertir en toda su extensión el don que posee del dramatismo interpretativo.

Es menester hacer énfasis en el equilibrio de un programa que exploró un repertorio rico y variado. Sin olvidar la ópera, al traer a cuenta arias tan hermosas como las de La bohemia de Leoncavallo o Io son l’umile ancella de Cilea, hubo, como es menester en un suceso musical como éste, un cierto énfasis en el lied, lo cual satisfizo a un público variado. Es preciso mencionar y aplaudir la categoría del gran acompañante, el pianista Gerald Martin Moore, cuya precisión, nervio e impecable fraseo contribuyeron, y de qué manera, a forjar la exquisitez de una noche inolvidable.

* Fernando Toledo

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