Con pena y sin gloria

Arturo Charria
25 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

Al gobierno Duque el Bicentenario de la Independencia le llegó igual que la presidencia: sin culpa. Y, sin embargo, le toca asumir ambas responsabilidades, a pesar de sus capacidades.

El próximo 7 de agosto se conmemoran 200 años de la “gesta libertadora” y el ambiente en el país no da cuenta de la cifra. Se habla del Bicentenario, pero la palabra suena desabrida, incluso genera apatía y una obligación burocrática. De ahí que la forma en que el Gobierno está asumiendo esta fecha se parezca más a un curso al que le corresponde organizar una izada de bandera y no a un Estado que invita a pensar qué significan 200 años de independencia.

El fracaso comenzó el 23 de octubre del año pasado cuando se anunció la instalación de una “Comisión de Expertos” para los eventos del Bicentenario. Allí estaban prácticamente todos los ministros, presididos por la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, y se anunció que los actos comenzarían en 2018 y terminarían en 2023. La magnitud de los eventos anunciados podría hacernos pensar en el cuento de García Márquez, Los funerales de la Mamá Grande, a los que asistió hasta el papa y la estela de la celebración fue una resaca colectiva: “A causa de las botellas vacías, las colillas de cigarrillos, los huesos roídos, las latas y trapos y excrementos que dejó la muchedumbre que vino al entierro”. 

Pero el primer acto de esta celebración bicentenaria fue triste. El presidente y la vicepresidenta inauguraron una placa de mármol, de esas que nadie lee y que terminan por desaparecer sin que se note su ausencia. Junto a ellos posaban tres jóvenes disfrazados de soldados independentistas en las ruinas de una pared colonial. La imagen era una lánguida metáfora de un país en obra.

El famélico evento tuvo lugar en Pore, Casanare, el 18 de diciembre del 2018. Sin embargo, la noticia no fue la placa o el inicio de los cinco años de jubileo patrio, sino el desplante que le hicieron a la esposa del gobernador de Casanare durante la fiesta posconmemorativa, pues la primera dama regional fue expulsada de la tarima presidencial. El gobernador del departamento protestó contra el trato recibido y se mezcló con el resto del público. Lo hizo como un acto de dignidad. Nadie se planteó que esa división jerárquica de pueblo y dignidades era la que se pretendía abolir con la independencia que estaban celebrando. 

Asimismo, en el marco de los cinco años de conmemoración, se inauguró en el Museo Nacional la exposición 1819, un año significativo. La exposición es mala y se nota la improvisación. Un conjunto de frases sueltas sin hilo conductor ni criterio curatorial están pegadas en las paredes de la sala. En la parte central cuelgan pendones sobre pequeñas islas en las que unas vitrinas naufragan en medio de una absoluta soledad. La imagen es la de un archipiélago sin agua, sin vida. La exposición tiene tan poco valor que ni siquiera al propio Museo le importa, de ahí que solo vaya a durar un mes, cuando las muestras de esa sala permanecen entre dos y tres meses. La sensación que produce la visita podría resumirse en una frase que me dijo Catalina Arenas después del recorrido: “¿200 años preparando una exposición para que salgan con esto?”.

Suele decirse que las conmemoraciones hablan más del presente que de los hechos conmemorados. En este caso la afirmación no podría ser más cierta, pues los 200 años de independencia pasarán como el actual Gobierno: a las malas y con muy pocos motivos para celebrar.

@arturocharria

charriahernandez@hotmail.com

 

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