¿Con qué autoridad moral, mister Trump?

Sergio Ocampo Madrid
18 de septiembre de 2017 - 03:05 a. m.

Qué bueno que las amenazas del gobierno de Donald Trump de incluir a Colombia en la lista de los países que no cooperan en la lucha antidrogas coincidan con el estreno de la película sobre Barry Seal, el piloto gringo que le ayudó a Pablo Escobar a introducir miles de toneladas de cocaína a Estados Unidos, y que fue uno de sus hombres clave para abrir el mercado norteamericano en los 80.

Qué bueno porque aun con deficiencias, con vacíos importantes en la historia, con la apuesta del director Doug Liman de banalizar la realidad e intentar un villano guapo y divertido, el trasfondo de la trama (lo que no se dice o se evita mencionar) alcanza para cuestionar la vacilante escala de valores del sistema, la impresionante amoralidad de la política exterior gringa y la descarada tradición de atizar tempestades en otras geografías, desestabilizar, hacer pactos con el diablo y luego callar, esconder, desaparecer. Todo por los intereses nacionales.

Vi la película con la prevención normal de cualquier latinoamericano sobre qué tan mal librados saldríamos en una cinta de Hollywood, una del mismo director de El Señor y la señora Smith, en la que Bogotá se parece mucho a Ubaté (Cundinamarca), y con la prevención de cualquier colombiano sobre un filme que tenga que ver con cocaína. Con su cine, y otras cosas, el Tío Sam ha conseguido acomplejarnos a sus vecinos del sur hasta hacernos sentir como que somos de otro vecindario; como unos advenedizos en este hemisferio occidental. Y a los colombianos, nos lograron convencer de nuestra propia ignominia por envenenar con psicotrópicos a las sanas juventudes de Nueva York y de Los Ángeles.

Pues bien, la película tiene la virtud de dejar a todo el mundo mal parado; nuestros narcos, por bárbaros, vulgares, asesinos, lo cual no conlleva exageraciones, aunque habrá que ver qué opina Jorge Luis Ochoa, el capo que se desmarcó a tiempo de Escobar, negoció con el Gobierno colombiano, pagó cinco años de cárcel, quedó libre, y en dos o tres generaciones su apellido será el de otra rica y prestante familia del Valle de Aburrá. Quedan muy mal los combatientes de la contra nicaragüense, unos brutos chafarotes, más interesados en robarle las botas a Tom Cruise y las gafas de sol, que en recibir las armas que les mandaba Ronald Reagan para tumbar al sandinismo comunista. Quedan mal los sandinistas (los de Daniel Ortega, por supuesto) porque Estados Unidos logra tomarles la foto con Pablo Escobar mientras cargan el avión de Barry Seal con cocaína.

Pero sobre todo quedan muy mal los gringos, su sistema, su inteligencia, su justicia, su doble, triple, cuádruple moral, porque aunque la CIA casi nunca se mencione, es ella la que mueve todos los hilos para que el piloto Barry Seal haga lo que hace. Es ella la que lo pone desde el aire a espiar las guerras intestinas que ocurrían en el patio trasero (como llamaba Reagan a América Latina); luego, a repartirle armas a la contra en Nicaragua, con los mapas que le permitirán pasar inadvertido en los radares. Después, se harán los sordos frente a la evidencia de que Seal está utilizando esas rutas para despegar cargado de coca en Medellín y aterrizar en suelo de la Unión, luego de haber lanzado los paquetes en los pantanos de Luisiana. Y ciegos, frente al hecho de que muchas de las armas para la resistencia en Centroamérica terminaron en poder de la mafia de Escobar.

Hay una escena que al clan de los Clinton no le debe gustar: estando detenido el aviador en Arkansas por lavado de activos y tráfico de drogas, la fiscal que lleva el caso recibe la llamada del gobernador de ese momento, y en dos minutos lo tiene que soltar. “Hola Bill” dice al tomar el teléfono. Cuando ya es tan ostensible que los contras dependen de las armas gringas y la plata de los narcos, la justicia federal captura a Seal, lo negocia para que consiga la famosa foto de Escobar con los sandinistas, y luego lo suelta para que lo devoren los lobos del cartel de Medellín, o los mismos lobos de la CIA. Y más tarde, del mismo modo alegre y casual, desde Washington decidirán que sea el dinero de la venta subrepticia de armas a Irán el que financie el anticomunismo en Nicaragua. Y termina la película.

Por todo esto, me complace que Barry Seal, solo en América salga casi inmediata a la amenaza de que nos van a “descertificar” por el crecimiento de cultivos de coca en el país. ¿Con qué autoridad moral, mister Trump?

La guerra contra las drogas ya va para las cuatro décadas y el balance global es lamentable en resultados. Y al menos la mitad de ese tiempo, los colombianos estuvimos convencidos, y la presión de los Reagan, de los Bush, nos ayudó, de que los malos éramos nosotros; los pérfidos, los corrompidos que no lográbamos frenar la producción. Y mostrábamos al mundo con orgullo los miles de policías muertos, de magistrados, jueces, candidatos; los bombazos en aviones, en periódicos, en centros comerciales. Y los campos y los campesinos, rociados con el veneno que soltaban las avionetas de la DEA.

Es una lástima enorme que desde el 2016, cuando se hizo el show de la paz en Cartagena, las Farc y el Gobierno hayan dejado pasar casi un año para mostrar resultados en este punto de la erradicación. Había que hacerlo por compromiso; por seriedad con los acuerdos; porque el narcotráfico es y seguirá siendo el gran combustible de la guerra; era una demostración clara y hacia adentro de que nos tomábamos en serio a nosotros mismos y a nuestro proyecto de país. Ahora, Trump vociferando desde arriba nos devolvió a esa lógica fatídica de cuál es nuestro papel en las películas.

 

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