No hay palabra quizás más adecuada para describir el actual estado de las cosas alrededor del planeta que una gran confusión. Los paradigmas bajo cuyo lente veíamos y analizábamos el trasegar del mundo están rotos, dejándonos sólo imágenes borrosas, desordenadas.
Frente a la inequidad, pobreza, falta de oportunidades, salarios bajos, marginación, incertidumbre y pérdida de esperanza, que han existido siempre en diversas sociedades y tiempos, las respuestas colectivas han sido múltiples: revoluciones, cambios graduales producto de un contrato social, calle, represión o híbridos. Las dinámicas sociales que generan cambio dependen de innumerables factores: culturales, liderazgo, elites que detentan el poder, injerencia extrajera, geografía, historia, religión, cohesión social y un largo etcétera.
La gran mayoría de revoluciones triunfantes, medicina en ocasiones peor que la enfermedad, tenían un líder visible, reconocido, enfocado en una clara agenda de cambio y un norte bien marcado. Así los Lenin, Castro, Ho Chi Minh, Jomeini, Mao, llegaron al poder tras episodios revolucionarios que canalizaron el descontento de amplios sectores de la sociedad. En otras latitudes los cambios sociales han sido producto de largos procesos de concertación social, nacidos quizás tras destructoras guerras, que han dado origen al Estado de Bienestar prevaleciente en Europa occidental y Japón.
En ocasiones la calle es protagonista de cambios sin necesidad de líderes visibles cuando existe un objetivo que amalgama a las masas: derrocar una dictadura, como ocurrió en Europa del Este tras la caída del muro, lo que dio resultado porque el soporte de esas dictaduras, la URSS, ya no existía, no había quien defendiera el sistema imperante. Similar el caso de Túnez tras la primavera árabe. Por otro lado, la calle puede terminar en un baño de sangre si las elites del poder deciden que se quedan y tienen como hacerlo. Gracias a la calle llegaron al poder Hitler y Mussolini en lo que entonces eran frágiles democracias.
En días recientes nuestro continente ha sido testigo de cómo la calle derrocó al presidente de Bolivia quien quería perpetuarse, pero ha sido incapaz de sacar del poder a la dictadura chavista. La diferencia en estos casos está en lo que decía Mao Tse Tung: “el poder nace del fusil”, que en el caso boliviano se alineó con la calle y en el caso venezolana con Miraflores. El fusil se esta ensañando contra los manifestantes en Irán protegiendo a la dictadura islámica.
Cuando la calle se alborota en las democracias, estas poseen herramientas para enfrentarla dentro de la institucionalidad, sin embargo, la incertidumbre puede tornarse en río revuelto. Ecuador parece haber logrado su concertación, Chile es una historia en desarrollo, nuestro país está concertando, Hong Kong es incertidumbre pura desafiando un enorme poder cuyo aguante están siendo puesto a prueba.
Agregar al panorama actual las redes sociales, guerras comerciales, alabastradas relaciones entre las potencias, fragilidad de las instituciones internacionales, despertar del tribalismo, incertidumbre económica, cambio climático y el fin de las reglas. Confusión.