Consagración de la primavera

Sorayda Peguero Isaac
21 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Dos pequeños exploradores buscan un pedazo de selva en la ciudad. “Estamos estudiando el canto de los pájaros”, dicen. Tienen semillas de alpiste, unos binoculares y una aplicación para móviles que identifica el nombre científico de las aves, los colores de su plumaje, su canto, su origen... Las escandalosas cotorras argentinas, por ejemplo, construyen fabulosos condominios en los plataneros de la plaza. “No hay muchos pájaros ahora, vendrán más con la primavera”. Al más pequeño de los exploradores se le dibuja un sol amarillo en la cara. “Escucha esto —le dice el mayor—: es la única especie de loro que construye sus propias ni-di-fi-ca-cio-nes utilizando ramas. Comen semillas, arroz, insectos y maíz, y a veces animales muertos”. Cuando les deseo suerte con la tarea, responden, casi a la vez, que no es un encargo del colegio: “Nos gustan los pájaros”. ¿De verdad? —pongo mi cara “seria” y el tono de la señorita Rottenmeier—. ¿No hay tarea? ¿No tienen una orden de arriba que los obliga a presentar una exposición individual o en grupo? ¡Confiesen! Los pequeños exploradores niegan con la cabeza. Se ríen.

La consagración de la primavera ocurrirá al otro lado de la ventana. La pandemia se impone. Tenemos que renunciar a los pedazos de selva que la ciudad nos entrega como un premio de consolación. No ser conscientes de nuestros privilegios es peor que perder las calles y no saber cuándo vamos a recuperarlas. Nuestra victoria será no olvidarlo y, también, reafirmar que quien ama cuida. Entre tanto, encontraremos el modo de suavizar los efectos de la cuarentena. Yo he vuelto a ver 84 Charing Cross Road. El título de la película —fiel al original del libro autobiográfico de Helene Hanff— se refiere a la ubicación de la librería londinense Marks & Co. En la película, Anne Bancroft interpreta el papel de Helene, que mantuvo una relación epistolar con Frank Doel durante veinte años. El librero inglés, caracterizado en la cinta por Anthony Hopkins, le enviaba las ediciones descatalogadas que no aparecían en Nueva York.

En una escena de 84 Charing Cross Road, Helene está en su pequeño apartamento de Manhattan. Atraída por el sonido de una sirena, se asoma a una ventana por la que ve pasar un camión de bomberos. Cuando está a punto de retirarse, descubre una pareja de enamorados. El sombrero de la mujer, que lleva una gabardina de cuadros escoceses y tacones rojos, cae al suelo. Helene se sienta en el alféizar de la ventana y observa cómo el hombre se agacha para recuperar el sombrero de su enamorada. Le da una calada a su cigarrillo. Sonríe. Piensa en la carta que está a punto de escribirle a Frank Doel: “Preciso de un libro de poemas de amor, ya que se acerca la primavera. Nada de Keats o Shelley. Envíeme poetas que hablen del amor sin babear. Wyatt o Jonson. Lo dejo a su elección. Un libro que quepa en el bolsillo de mis pantalones para ir a Central Park”.

Sin los parques y sin parejas de enamorados besándose en las calzadas, nos queda la bulla de los pájaros que acudirán a su cita inexorable, que festejarán la extravagancia de una primavera con cielos más despejados. Nos quedan los balcones, las ventanas y los poemas de amor a las siete de la tarde. Como el Pequeño vals vienés de Federico García Lorca: “En Viena hay diez muchachas, / un hombro donde solloza la muerte / y un bosque de palomas disecadas. / Hay un fragmento de la mañana / en el museo de la escarcha. / Hay un salón con mil ventanas (…) / En Viena bailaré contigo / con un disfraz que tenga / cabeza de río. / ¡Mira qué orillas tengo de jacintos! / Dejaré mi boca entre tus piernas, / mi alma en fotografías y azucenas, / y en las ondas oscuras de tu andar / quiero, amor mío, amor mío, dejar, / violín y sepulcro, las cintas del vals”.

sorayda.peguero@gmail.com

 

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