Contra el populismo… reformismo

Alvaro Forero Tascón
13 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Las mismas condiciones sociales que son caldo de cultivo para el populismo —la corrupción, la politiquería, la impunidad— se pueden atacar con reformas legales y culturales.

Con la diferencia de que el populismo es un remedio peor que la enfermedad, porque no produce soluciones de largo plazo y sí gravísimos daños colaterales. Pero sobretodo porque surge cuando el sistema no hace las reformas que la gente reclama y que podrían legitimarlo para enfrentar a los populistas.

El populismo que hoy crece y el clientelismo que decrece son hijos de la misma madre: sistemas políticos con bajos niveles de legitimidad, que ante la incapacidad de sacar a votar a favor del sistema a ciudadanos inconformes que no se sienten accionistas de éste, busca atajos para conseguir votos a través de la rabia o la compra.

En Colombia la amenaza populista es mayor porque no es nueva. No está circunscrita a la nueva ola anticorrupción. Se alimenta también del viejo fenómeno anti Farc que sigue vivo, y que ante el desarme de las Farc viene mutando su odio hacia el presidente y los partidos políticos que considera aliados o benefactores de esa guerrilla.

Santos logró que la clase política se enterrara el cuchillo haciendo la paz porque, como dijo el procurador Carrillo, “el humo de la guerra no dejaba ver la corrupción”. El institucionalismo, representado por Santos, que es un continuador de la tradición liberal reformista de los Lleras, Barco y Gaviria, venía defendiéndose por medio del clientelismo de el caudillismo, representado por Uribe, que es un continuador de la tradición conservadora de Laureano, y cuya arma es el neopopulismo. Dispersado el humo de la guerra, el populismo no tiene uno, sino dos alimentadores: las Farc y los corruptos (que la gente asume son todos los políticos tradicionales). Por eso la marcha del próximo 1 de abril no es solo contra las Farc, como en el pasado, sino también contra los corruptos, supuestamente. Pero no le va a quedar fácil al populismo anti Farc, defensor del statu quo, asimilar el populismo anticorrupción que es por naturaleza antisistema, porque no tiene las manos limpias sino lavadas. Aunque Donald Trump lo logró, juntando el odio contra los terroristas y los “bad hombres” mexicanos, con la rabia contra la clase política. Pero era un “outsider”.

Las crisis de los sistemas políticos se producen cuando quienes ejercen el control no hacen los cambios porque éstos implican reducir su poder. Eso explica porque en lugar de ceder parcialmente, muchas veces se suicidan. Le corresponde al Gobierno, pero sobretodo a los candidatos presidenciales no populistas, impulsar la bandera de las reformas contra la corrupción, la politiquería y la impunidad. Pero pocos van a creer en hacerlas por el Congreso. La única salida es la participación ciudadana: reformas vía referendo como entendió rápidamente Claudia López. Y aprendiendo la lección del referendo de Álvaro Uribe: que la gente no quiere reformas cosméticas como el Congreso unicameral. Llegó el momento de aplicar la fórmula de la Constitución del 91 contra la corrupción y la politiquería —los mecanismos de participación ciudadana— tan temidos por algunos en países “ignorantes”. Lo peligroso es el bloqueo del sistema político que lleva al populismo.

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