Convivir: ¿dominar o inspirar?

María Antonieta Solórzano
27 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

La crisis que la humanidad atraviesa no puede ser mas severa. Es claro que la forma en que coexistimos nos acerca peligrosamente a nuestra autodestrucción. La explicación: cualquier motivo sirve para dañar a otro física o moralmente.

Dolorosamente, y a pesar de nosotros mismos, convivimos sometidos a las reglas de la competencia y de la dominación que, además de negar nuestra naturaleza colaboradora, nos desgarran.

Escoger un rumbo que recupere nuestra esencia es urgente, identificar un camino que nos guíe hacia la supervivencia es un imperativo ético al que todos los que estamos vivos tenemos que responder. ¡Se lo debemos a los que nos siguen!

Ese camino nos solicita acoplar nuestro mundo interior con la historia de la humanidad, identificar ese momento en el que olvidamos que el amor nos conecta y que la competencia y el ansia de poder nos dividen. Porque es en ese preciso momento en el que convertimos la convivencia humana en el escenario de guerras atroces que sólo cambian a los dominantes de turno y en pequeñas batallas que acaban con la confianza en el afecto y la generosidad en nuestra cotidianidad familiar.

Si buscamos en nuestro ser interno la respuesta, con la mano en el corazón, notaremos que los recuerdos nos dan pistas. Cada vez que forzamos a otro a actuar bajo nuestro deseos sentimos vacíos en el amor. En las ocasiones en las que usamos el género o la raza para quitar derechos a otros, la propia existencia se llenó de temor y perdió luz. En las oportunidades en las que el miedo obligó al silencio y no defendimos el derecho al respeto y al cuidado de la intimidad, lamentablemente ayudamos a consolidar la crisis del mundo.

Es decir, cada minuto en el que fuimos ciegos ante lo esencial, permitiendo que la desconfianza, las ambiciones y el ansia de dominio se llevaran por delante el amor, equivocamos el camino.

En cambio, cada situación en la que el error del otro nos inspiró un abrazo, cada instante en el que el dolor nos iluminó el corazón para dar o pedir la mano, cada vez que al conversar con los demás surgieron acuerdos donde había enemistad, cada adversidad en la que junto con los demás vislumbramos soluciones, nos fue posible apreciar lo milagroso de los vínculos humanos.

Inspirar y ser inspirados por los otros restablece los lazos en los que los seres humanos nos reconocemos como personas legítimas en conexión con los demás, nos recuerda la sensación de pertenencia y valor que hace innecesario dominar. Sólo así, hacer familia, trabajar, crear nación o cuidar del planeta nos devuelve la dignidad… ¿Será que nos arriesgamos a convivir inspirando?

* Psicoterapeuta, consultora. Kabai Prosperity in Life.mariaantonieta.solorzano@gmail.com

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