Corrupción chiquita es grande

Rafael Orduz
11 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Los casos de corrupción en los que se ven envueltos personajes poderosos, bien del sector público o del privado, no hacen sino alentar la corrupción pequeña, la de las chichiguas, que resulta difícil de calcular y que, en conjunto, debe ser de gran magnitud. Los receptores de los fondos irregulares son los empleados y funcionarios menores, también tramitadores freelance enquistados en instituciones ricas en papeleo que, en algún punto de la cadena de un proceso, pueden incidir en hacer los viacrucis de la víctima, persona natural o jurídica, algo menos engorrosos.

Ocurre en los incidentes de tránsito, en los juzgados, en los trámites que “agilizan” los procesos, en las compras menores de instituciones públicas y privadas, en curadurías, en empresas de servicios públicos. Si los pesados delinquen, por qué no voy a ponerme unos pesitos de más, piensa el victimario. Me cuesta pero, aún así, pago, razonan no pocas víctimas de la extorsión.

La corrupción chiquita, la del menudeo, debe estar de plácemes con las revelaciones del estilo del fiscal anticorrupción o del viceministro que recibe copiosa coima de Odebrecht. Personas jóvenes, de educación privilegiada, que buscaron enriquecerse tomando el atajo. Nombradas en sus puestos en función de las conveniencias de la geometría política y la distribución de mermelada, personas de lo más bien. Robar, de alguna manera, es algo de estatus, aclimatado en los altos círculos es parte del imaginario de la corrupción menor. Se conoce de ellos porque los agarraron con las manos en la masa; de ahí que el mandato está en no dejarse sorprender y hacer las cosas con cuidado.

Debería hacerse una encuesta a conductores de vehículos y motos a quienes la Policía les haya hecho orillar y pretendido imponer un comparendo por alguna violación de las normas de tránsito. Que hay policías intachables, sin duda. Sin embargo, en las conversaciones que se entablan en los tediosos trancones con los conductores de taxi, pueden ser los amarillos o los de Uber, aparece con frecuencia el relato de la extorsión de parte del servidor público: déme 100 o 200 y dejamos las cosas así. Algunas víctimas, haciendo balance del tiempo y el billete que perderían, transigen; otras reclaman que el policía cumpla con su obligación.

Las adquisiciones de menor cuantía, las que van desde las despinchadas de carros oficiales hasta la compra de papel higiénico y mil productos y servicios más, las que no pasan por procesos licitatorios o de listas cortas de cotizantes, las que dependen de las oficinas de suministros, están plagadas, en Colombia, de favoritismos que llenan los bolsillos de empleados menores.

Hay la corrupción menor que sólo se enfoca en que la entidad a cargo de determinados trámites simplemente cumpla con su deber; el papelito o el certificado tal es requerido para que la empresa equis pueda avanzar en sus operaciones. Hay que pagar, piensan muchos, a quien pone el documento para la firma del funcionario responsable.

La corrupción pequeña pesa mucho. No hay quien la combata.

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