Corrupción y elecciones

Lorenzo Madrigal
24 de septiembre de 2018 - 05:30 a. m.

Convocar a consultas o provocar plebiscitos y, ante resultados adversos, cambiar el sentido de la voluntad popular es uno un tanto velado, pero de todos modos un acto de corrupción. Si la consulta consiste precisamente en someter a la aprobación del pueblo unas cuantas medidas de saneamiento, requiriéndose para ello un determinado umbral de votos y este no se consigue, darla por aprobada es, ni más ni menos, corrupción.

Es verdad que en la consulta del 26 de agosto existió un gran equívoco en cuanto resultó un desconcertante número de votantes, que, por cierto, no se percibió en las mesas electorales, el que, sin embargo, no alcanzó el umbral que fijaba la ley. No obstante, los personajes que encabezaron el movimiento anticorrupción dieron por superados los escollos legales y cantaron victoria a nombre del pueblo, aunque en realidad lo hacían por ellos mismos. Esa votación tan numerosa, superior aun a la que acababa de elegir al presidente de la República, les pareció que resultaba obligatoria para éste. Vaya infundio.

Y hay que decirlo, el novel presidente, temeroso de deteriorar la buena imagen de sus comienzos, ha aceptado sin reproches la imposición de las jefas de la pasada campaña y parece sometido a sus dictámenes. El Gobierno debe cumplir los siete puntos de la consulta, parecen decírselo, imagino que a los gritos, y de hecho se lo han impuesto perentoriamente así.

Se ha vuelto costumbre, desde cuando fue denegado el plebiscito, que el resultado de las urnas permite ser desvirtuado, a conveniencia de los interesados. No, señoras y señores promotores, la consulta no alcanzó a ser un mandamiento (si acaso, de aprobarse, lo fuera, algo que quedó en suspenso por indefinición jurídica); otra cosa es que el Gobierno haya querido complacer al Partido Verde y acoger propuestas similares.

“Medias tintas” está mostrando el nuevo Gobierno en este y otros aspectos, en lo que contradice, de alguna manera, la campaña que lo eligió. Hay una diferencia entre Duque y Macías, esto es, entre el blando gobierno y la dura campaña. Sin desconocer la importancia de la reconciliación, en estricto rigor democrático, lo que se vota en campaña debería reflejarse en el gobierno elegido, por aquello de la vox populi, que tanto se dice respetar.

***

Y a propósito de las “tintas” del presidente, hay que observar lo difícil que les está resultando a los dibujantes políticos la representación de Iván Duque. Malaya rostros como los de Echandía o Guillermo León Valencia (con su cara rugiente) o el de Abadía (que sirvió a Rendón, con sus mansos lentes redondos), en fin, de alguien en quien las facciones hayan madurado, como suele ocurrir después de los 50, bien modelados años.

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