Corrupción y política

Mario Méndez
19 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

PRE. En la columna anterior nos pifiamos al hacer mención del ilustrísimo jesuita Gabriel Giraldo (1907-1993), cuando queríamos citar al valeroso sacerdote Javier Giraldo, vivo ejemplo de rectitud y consecuencia.

Hoy continuamos relacionando la corrupción que nos carcome con otro factor social de gran importancia: la política. Concebida como elemento de administración de la ciudad-Estado, hoy está prostituida hasta perder su nombre para cedérselo al de politiquería, especie de ramera de lo público.

Pues, bien, la corrupción resulta imparable cuando, para prestar un supuesto servicio a la sociedad, se invierten dineros, se hacen componendas, se compran votos, esto es, conciencias, y así se penetra hasta la Rama Judicial, sobre la cual hablaremos en nuestro próximo parto. Asimismo, se oficia de determinador en contratos, con tumbis amarrados a los mismos; se imponen funcionarios, se tuercen resultados, en fin, se plasman espantosas concreciones de lo peor de la conducta humana.

Los bochornosos hechos que se descubren día a día, cada vez más monstruosos, no dejan bien parados a los padrastros de la patria, con pocas excepciones. El ejercicio de la política se convierte así en un baldón que no inquieta a quienes la desvirtúan, y más bien son motivo de vergüenza ajena, valga el lugar común, que pesa sobre los colombianos “raros”, que los hay, incapaces de imitar la conducta politiquera de aprovecharse de la cosa pública bajo el criterio de “papaya partida, papaya comida”, como desvergonzado precepto de un remedo de política.

El barón de la politiquería en Colombia produce escozor; resulta un vomitivo y una figura que mezcla lo pintoresco con lo aberrante, y nos hace quedar como un trasero ante el mundo. Con razón el finado Carlos Gaviria, frente a uno de los entuertos que debía soportar, entre ingenuo y ofuscado les preguntó a varios de sus colegas del Senado que acababan de cometer alguna porquería: “¿A ustedes no les da vergüenza?”. ¡Claro que los “honorables” callaron y no se ruborizaron, qué va!

Ante este panorama tan agresivo para la moral pública, se llega a la conclusión de que no es suficiente subir las penas. Se requiere por lo menos que las jerarquías de los partidos tengan cuidado al otorgar avales, pero el problema estriba en que en las directivas mismas hay ausencia de una preocupación creíble por este fenómeno poco menos que institucionalizado y, por el contrario, hasta llegamos a pensar que se incomodan con la idea de un trabajo desinteresado por la sociedad. Al respecto, respondiendo a críticas sobre la calidad de ciertos candidatos, el expresidente Alfonso López Michelsen decía que “eso es lo que da la tierra”, reconociendo a su modo la gravedad del problema. Sencillamente, “no hay con quién”.

Con cabeza dura, los quijotes del país seguirán en la posición de no ser testigos pasivos, ciegos y mudos ante el desfile televisivo de corruptos que pelechan en los dominios de la politiquería.

¡Guácalas!

*Sociólogo de la Universidad Nacional.

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