Cortejo y acoso

Alberto López de Mesa
05 de junio de 2019 - 04:54 p. m.

El martes 28 de mayo un grupo indeterminado de personas rompió los vidrios y quemó la verja de la casa de Carlos Guillermo Páramo, director del Departamento de Antropología de la UN. En los panfletos, los agresores, acusaban al maestro de no haber tomado medidas contra los casos de acoso sexual por parte de profesores y estudiantes. Ante estos reclamos el director de la facultad de Antropología había sugerido que se presentaran denuncias formales, pruebas fehacientes y, en todo caso, se escucharán las demandas y descargos de las partes implicadas, es decir, que se cumpla el debido proceso.

Este ataque alevoso avisa el surgimiento de un nuevo fanatismo, resultante de la interiorización tergiversada del derecho a consentir o no las pretensiones sexuales, derecho reivindicado en los códigos de convivencia, por cierto pertinente pero a la vez tan ambiguo que aún el Derecho internacional no precisa su justa normatividad.

Hace veinticinco años en Europa se empezó a penalizar el acoso, actualmente se castiga en 125 países y en Colombia hace apenas diez años la Corte Suprema de Justicia lo tipificó como delito, así:

“Un acto verbal o físico que implique acciones, tocamientos, señas o conductas de naturaleza sexual y que no constituyan un delito más grave. Se trata, además, de conductas no consentidas que buscan favor sexual en beneficio propio o de tercero”.

Las leyes no imponen un “Código civil general”, no incluyen bromas simples, comentarios indirectos , piropos ocasionales. Se entiende que el acoso es una insinuación que crea un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo; el delito de extrema gravedad está cundo las pretensiones se consuman como en el abuso sexual y el acceso carnal violento.

Se sabe de muchachos acosados por un homosexual, de mujeres que aprovechan su rango y su poder para favorecerse del varón que les gusta, es lo excepcional, porque en realidad, en la cultura patriarcal, en la sociedad machista el acoso sexual es vulnerabilidad de las mujeres. El hijo de la patrona que se cree con derechos sexuales sobre las empleadas del servicio, el jefe chantajea con ascensos y aumentos salariales a las secretarias que desea, el profesor cambia buenas calificaciones por favores sexuales de las alumnas, no falta la chica coqueta y atractiva que se vale de sus encantos para manipular a sus tutores, de todo hay en el reino del deseo.

Una alumna me decía con mucha gracia, hablando del muchacho más guapo del curso y que tanto le gustaba: “Yo de ese tipo hasta me dejó abusar, pero me pretende ese otro feito que ni carro tiene, francamente, me siento acosada”. En el cuento infantil Blanca nieves, si un enanito hubiese pretendido a Blanca nieves sería un acosador, el príncipe si pudo, abusivamente, besarla mientras dormía, de suerte que por noble rompió el hechizo, si la hubiese besado un plebeyo le prende una infección.

El Rock Star es acosado por sus fans, pero lo consiente, el decide cuando denunciar el acoso.

Muchas especies practican salutaciones previas al acoplamiento reproductivo, el palomo acosa literalmente a la paloma, los perros a la perra en celo, por cierto, la sabiduría de la naturaleza hace que la hembra encumbre tal grado de excitación para que resista la brusquedad del coito, de otro modo la yegua no resistiría ni el peso ni los cascos del caballo.

La especie humana reguló el cortejo, le puso normas, en muchos casos lo anuló como cuando el matrimonio lo decidía el patriarca o cuando se recibe una mujer por una dote. En la tragedia Romeo y Julieta para la familia Capuleto el amor del joven Romeo Montesco fue un acoso a su muchachita.

El derecho de la mujer a consentir o no el cortejo no es del todo un triunfo de la modernidad feminista, “el hombre propone y la mujer dispone” decía un viejo adagio popular. La dramática y más grave vulnerabilidad ante el acoso sexual la padecen las mujeres en condiciones de subordinación extrema, campesinitas que en un tiempo estaban obligadas a entregarle la virginidad a sus patrones, las muchachas de los barrios más pobres víctimas de la brutalidad de los machos, para ellas un cortejo galante, un piropo dulce es una bendición, porque la normalidad es la pretensión abusiva y humillante.

La poética del deseo, el coqueteo en su expresión más estética y honesta ha sido y será el preámbulo para el enamoramiento. Las deformaciones de ese ritual han sido y serán consecuencia de las aberraciones sociales. Es una tristeza que para distinguir y definir una expresión de cortejo de un gesto de acoso no baste el diálogo y la comprensión y en cambió tenga que resolverse con leyes y severos códigos de convivencia, es la justicia la que define cuando el cortejo se vuelve acoso, por eso tiene razón el decano Guillermo Páramo al exigir que se cumpla el debido proceso en las denuncias de acoso en la facultad de Antropología.

 

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