AVENTURÉ EN EL UNIVERSO DEL Facebook. Con cierto escepticismo y desconfianza por ser un medido de contacto social propio de las nuevas generaciones, que nos hace sentir a quienes ya peinamos canas, como intrusos en un mundo que no es el nuestro, que no nos pertenece.
Quería comprobar su efectividad en una tarea amable: ubicar viejos amigos de los tiempos, ya lejanos, del colegio en Cali. Y ¡oh sorpresa! llevo una semana resucitando relaciones, rescatando afectos adormecidos por décadas. La cadena crece imparable y en minutos se teje un entramado de relaciones, unas personas llaman a otras, de la universidad, de trabajos pasados, y así, hasta terminar colocada frente a una red de viejas amistades, de amigos o conocidos que estaban literalmente perdidos en distintos lugares del mundo. Cada uno resurge con su historia de vida, carpetas que se abren con las fotos familiares, contando de paseos y de viajes, de experiencias. Imágenes signadas por el trazo del tiempo. El ejercicio es tan fascinante que el tiempo de la vida no alcanzaría, imposible restablecer contactos para volver a compartir con tantas personas queridas, conocidas en el trasegar de los años, dispersas por el mundo, si no fuera por esta impresionante herramienta tecnológica.
Me da la impresión, así someramente, de que por alguna indescifrable razón el Facebook no es un paño de lágrimas de tragedias y sinsabores sino más bien un espacio virtual de calidez y compinchería. El nuevo medio para compartir ilusiones y sueños. Además divertido, permite armar grupos en torno a propósitos impredecibles y originales. Entiendo ahora el significado de las largas horas de niños, adolescentes y jóvenes frente a las pantallas de sus computadores, buscando compañía. Buena compañía para quienes crecen solitarios, en familias de uno o dos hijos, con papás ocupados y ausentes, sin vida de barrio o vecindario, en las grandes urbes de este mundo globalizado e impersonal que aisla en medio de las multitudes. Los tertuliaderos y los cafés de antes son sustituidos por los chats nacidos del encuentro virtual que ambienta debates y discusiones.
Y esto en cuanto al mundo de los afectos y de las solidaridades. Impresionante resulta su potencial para transmitir ideas y propósitos, para juntar adeptos, que en la jerga de Facebook se denominan fans, alrededor de intereses y causas comunes, como pudo verse hace dos años en Colombia, cuando dos muchachos con un mensaje simple, “un millón de voces contra las Farc”, hicieron reaccionar al país, logrando como resultado que el 5 de febrero de 2008 cerca de 4 millones de personas salieran a la calle en 193 ciudades. Sin proponérselo quizá, se generó la presión que obligó a la guerrilla a iniciar la liberación unilateral de secuestrados. La campaña de Barack Obama aprovechó con creces esta herramienta e igual quieren hacerlo hoy los políticos colombianos. La fuerza de las redes sociales en sólo cinco años es abrumadora, con cerca de 350 millones de personas en el mundo interactuando en Facebook. Todas movidas por un único afán: estar conectadas. La obsesión del siglo XXI.