COVID-19: El éxito como amenaza

Columnista invitado
15 de mayo de 2020 - 03:49 p. m.

Por: Julián A. Fernández-Niño* - @JFernandeznino

Colombia tiene por ahora a los números de su lado, la cuarentena ha tenido el efecto esperado, con una reducción del número reproductivo efectivo (R(t)). Esto no quiere decir que los casos no hayan crecido, sino que lo hicieron a un ritmo menor, de lo que estaba proyectado en un escenario sin intervención. Sin embargo, la progresiva flexibilización del confinamiento, más la manifestación de las desigualdades sociales históricas y que en pocas semanas de cuarentena obviamente no se pueden solucionar, constituyen un desafío enorme para la respuesta contra la pandemia en el país. Aunque nadie ha “aplanado la curva” todavía, se ha logrado ganar tiempo preciado a nivel nacional y regional. Los progresos que siempre serán insuficientes incluyen principalmente ciertos avances en la organización de los servicios de salud, el rastreo de casos y contactos, así como en la realización de pruebas, aunque lamentablemente no de manera homogénea en todas las regiones. Sin embargo, al tiempo de estos logros parciales, los efectos sociales del confinamiento, y la resistencia de parte de la población a mantenerlo se hacen cada vez más evidentes y visibles. 

La cuarentena era una respuesta necesaria. Imponer la reducción de la tasa de contactos, era imperativo para reducir la velocidad, pero no es una solución definitiva, ni es sostenible a largo plazo por todos los meses necesarios hasta tener una vacuna u otra solución farmacológica, que además podría no ser suficiente. Mucho menos en un país como Colombia donde las altas tasas de pobreza, informalidad y subempleo han generado ya profundos estragos, y en últimas sufrimiento en millones de personas que no pudieron darse el lujo de transitar hacia el teletrabajo, y que en muchos casos quedaron sin ningún ingreso, al tiempo que los giros de efectivo o las ayudas alimentarias que, si bien son una ayuda valiosa, difícilmente son sostenibles y llegan a todos. Las medidas que fueron acatadas al comienzo son cada vez más difíciles de sostener conforme pasan las semanas, y es evidente que con el tiempo habrá un mayor agotamiento y menos aceptabilidad de las restricciones por parte de la población. 

La percepción de riesgo por parte de la población es diversa. Hemos observado el incremento progresivo de los casos y de las muertes, que en una parte de los colombianos ha generado miedo, una mayor percepción de riesgo, y la demanda de medidas más estrictas para cumplir las recomendaciones, y mantenerlas a toda costa. Parte de la opinión pública, amplificada por algunos periodistas, claman por mayores controles a las autoridades. Mientras tanto, al otro extremo, han sugerido, como siempre pasa en estos casos, teorías de conspiración que han llegado incluso a negar la existencia del virus, surgiendo como sistemas explicativos alternos que explotan el analfabetismo científico y la profunda desconfianza institucional, amenazando con desinformar y poner el riesgo la salud de miles de personas. En el medio, millones de personas, tanto las más vulnerables como gran parte de la clase media, adolecen psicológica, alimentaria y económicamente los efectos de las medidas, y se han movilizado a favor de una salida a la cuarentena. Esto es entendible, ya que nadie probablemente había tenido que vivir antes en su vida una situación así, y el deterioro de los modos de vida han levantado la desesperación, la desconfianza y el anhelo de una salida rápida. Parte de este estrago, deriva de la dificultad de los gobiernos de comunicar con toda precisión desde el comienzo la magnitud real del problema, y el tiempo que va a tardarnos regresar a la normalidad, si es que ese retorno es posible. 

En este escenario, el éxito mismo, parcial, temporal y frágil, de la medida inicial de la cuarentena, termina siendo una amenaza. Si el confinamiento fue exitoso, como pasa con muchas intervenciones a nivel poblacional, dado que no podemos observar directamente lo que hubiera pasado de haber tomado la decisión, surgirá quien afirme que la medida no era necesaria, paradójicamente precisamente porque tal vez evitó lo que no podemos observar. Por supuesto, no es que no haya evidencia, los modelos son consistentes con lo ocurrido en varios países que no tomaron decisiones a tiempo, y lo observaremos pronto, indirectamente y en menor magnitud, con el efecto del levantamiento parcial de la cuarentena sobre el número reproductivo efectivo, pero lo cierto es que la desconfianza institucional, mezclada con la desesperación, puede llevar a muchas personas de una fase inicial donde la mayoría aceptó las medidas sin chistar, a otra, donde las cuestionan y reclaman nuevas estrategias. 

Nadie duda que el confinamiento fue una medida disruptiva socialmente, pero al tiempo es difícil dudar de su eficacia como medida de supresión, lo que debemos ahora discutir con criterios científicos, pero también en consenso social, es que papel le vamos a dar, y como podemos mitigar mejor sus efectos. Es claro que técnicamente deben definirse los puntos de entrada, y de salida, a nuevas cuarentenas, que seguramente serán necesarias, pero el verdadero reto está en constituir una estrategia de distanciamiento social, incluyendo principalmente seguridad en el trabajo y transporte, que permita cierta flexibilización ordenada, controlada y segura, que dé a las personas la posibilidad de recuperar algo de su propia vida, y que reduzca el número de cuarentenas necesarias, y su duración. Por esta razón, no puede bajarse la guardia, y cualquier solución alternativa o estrategia es necesaria, pero debe evaluarse y adaptarse rápidamente, un enfoque dinámico de planificación es indispensable. Nadie debería apostar de forma única ni definitiva por una sola estrategia y estas deben reevaluarse constantemente. 

En procura de la emergencia, hemos tenido que actuar como con la evacuación de un barco que se hunde, la erupción de un volcán o un terremoto, de acuerdo con protocolos y con criterios técnicos, pero en un proceso que tardará meses o años, las soluciones de emergencia verticales no son suficientes. Las medidas basadas en la autoridad son un capital que se deprecia con el tiempo, nuevas alternativas ingeniosas, y participativas son necesarias. Hay dos grandes esperanzas en este sentido que podrían combinarse: las tecnologías y las comunidades. Las tecnologías podrían permitir estrategias de rastreo de contactos de casos, que haría más eficiente la asignación de personal de campo; así como identificación rápida de conglomerados de casos y sus contactos. Por su parte, en las comunidades donde hay limitado acceso a servicios se pueden implementar estrategias de vigilancia comunitaria, búsqueda y seguimiento de casos con colaboración de líderes, mapeo de personas más vulnerables e identificación de necesidades, todas estas estrategias pueden combinarse con tecnologías como se ha hecho en dengue, violencias y muchos otros problemas de Salud Pública. 

Pero, ante todo, esto nos muestra la necesidad de que las personas hagan de las estrategias algo suyo propio. Lograrlo es más difícil que las medidas punitivas, pero es sin duda mucho más efectivo, sostenible y sobre todo ético incorporar a las personas a las intervenciones. Los adultos mayores, por ejemplo, reclaman un espacio en la participación de las decisiones sobre sus propias vidas, tienen una agencia como cualquier persona que, dentro de lo razonable y seguro, debe ser considerarse. Lo mismo es relevante hacerlo con los migrantes, las poblaciones más vulnerables socioeconómicas, los indígenas, los afrodescendientes, y muchos otros grupos que deben ser incorporados al diseño e implementación de la respuesta. 

La ciencia seguirá ayudándonos a determinar, con cierto grado de certidumbre, cuáles son los hechos que conocemos, cuáles son las preguntas abiertas, incluso también puede permitirnos evaluar el impacto de nuestras decisiones. Sólo con la participación de todos podremos decidir cuál es nuestro posicionamiento frente a estos hechos, que vamos a priorizar, que riesgos estamos dispuestos a asumir, que valores queremos defender, que noción de justicia tenemos, y cómo vamos a asumir nuestros triunfos y derrotas colectivas. Las ciencias sociales, y la bioética son requeridas para tender el puente con las comunidades, interpretar la manera en que estas conciben el riesgo, determinar lo que es ético y justo promover, y en últimas encontrar maneras de empoderar a las personas, y a las comunidades, en el control de la pandemia. Una estrategia construida de abajo hacia arriba, y no sólo vertical hacia abajo como ha sido hasta ahora, podría hacer la diferencia.

*Profesor Departamento de Salud Pública, Universidad del Norte. 

 

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