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Crece la constelación de mujeres

Eduardo Barajas Sandoval
10 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

No le faltaba razón a quien dijo, en gracia de discusión, que todos los habitantes del continente americano, por lo menos, deberíamos poder votar en las elecciones para presidente de los Estados Unidos. Esto, sobre la base de la trascendencia que en una época tenía para todos, un poco más que ahora, la decisión que toman los miembros de un grupo escogido de manera arcaica para elegir al presidente de esa federación.

Gracias a los medios contemporáneos, que han desmontado tantas fronteras, al interés creciente de los ciudadanos por el destino del conjunto de la humanidad, y por una especie de conciencia universal que se ha venido construyendo lo largo de los años, la elección presidencial de este año en los Estados Unidos adquirió una importancia que jamás había tenido.

A ello contribuyó la presencia de un personaje estrambótico, que a lo largo de los últimos cuatro años ejerció el cargo por fuera de las tradiciones y en el criterio de muchos llegó a desdibujar la imagen, la respetabilidad y la trascendencia que siempre tuvo el ejercicio de la presidencia de esa Unión. Trascendencia manifiesta en diferentes escenarios, como quedó demostrado en dos guerras mundiales, en la Guerra Fría, en la construcción de institucionalidad internacional, global o regional, y también en estruendosos fracasos como los de Vietnam, Irak, Siria y Afganistán.

Fueron grandes las preocupaciones y los dilemas, de diferente índole, que suscitó la posible continuidad en el poder de un “outsider” de esos que entran “a saco” en la vida política para disparar, a tientas, decisiones en campos desconocidos. Así hubiese sido con la mejor intención, quedó demostrado que existen diferencias sustanciales entre la lógica de los negocios inmobiliarios, con sus amenazas teatrales y demás artificios propios de un “reality”, y las exigencias del buen gobierno y de las relaciones internacionales en un mundo complejo que es preciso conocer y descifrar con una lógica diferente.

Se ha cerrado, por la voluntad popular, el ciclo de la presencia en la cúpula del poder de un gobernante de gestos “mussolinianos” y discurso elemental, caprichoso y contraevidente, que pareciera insultar, así no fuese la intención, la inteligencia del público con explicaciones insostenibles. Corresponde ahora al nuevo gobernante volver a integrar a su país al sistema de acuerdos que le permitan a la todavía primera potencia del mundo contribuir otra vez al ejercicio de un liderazgo que debe compartir con aliados de los que se había apartado bajo consideraciones un poco egoístas,aunque tampoco desprovistas de razones que se deben dilucidar.

En medio de todas esas obviedades, tal vez la característica más sobresaliente de la victoria de Joe Biden es el hecho de que lleva implícito el surgimiento de una mujer que, desde la vicepresidencia, se ubica de una vez, en razón de la promesa que el recién elegido ha hecho de no permanecer más de cuatro años en el poder, en primera línea para competir por la presidencia en el siguiente periodo. Todos los focos estarán entonces puestos en su contribución al trabajo del nuevo gobierno, y sus actuaciones serán escrutadas con la atención concentrada en sus condiciones para tomar eventualmente el mando.

Es muy posible que sus credenciales sean todavía precarias en algunos campos, y ello es explicable porque una cosa es la fuerza argumentativa que sale del adelanto de una carrera judicial fulgurante en el contexto de California, o el haber llegado al Senado de la Unión, y otra será estar lista para asumir el manejo solvente de asuntos políticos, económicos e internacionales de alto nivel de exigencia para quien ocupe la presidencia de una potencia mundial.

Seguramente Kamala Harris aprenderá las lecciones propias del curso intensivo de gobierno que implica el ejercicio de su nuevo cargo, junto a un veterano y conocedor de los laberintos de Washington, que hizo el mismo oficio con reconocida competencia durante ocho años. Ya se verá el acierto con el que conduzca las deliberaciones del Senado frente al poderoso bloque republicano. Y seguramente acumulará experiencia suficiente para estar lista para competir por la presidencia.

Pero lo más sobresaliente de la llegada de la señora Harris a la vicepresidencia, y su eventual vocación presidencial, es el conjunto de condiciones personales y culturales que la caracterizan. Hace un siglo, debido a su condición de mujer, no habría podido siquiera votar. De ahí su reconocimiento a las “sufragistas”, que con el liderazgo legendario de Carrie Chapman Catt, lucharon para desbordar las barreras que para entonces apartaban a las mujeres de la opción de expresar su voluntad política y consiguieron el logro del voto femenino en agosto de 1920.

La hija de Shyamala Gopalan, una científica nacida en la India y Donald J Harris, economista nacido en Jamaica, representa a los inmigrantes de una condición muy distinta de los tradicionales provenientes de Europa. Desde esa condición Kamala abre avenidas para engrosar el caudal de nuevas ediciones a la convergencia de personas de diferentes regiones del mundo en la realización de los cantados, y tantas veces traicionados, fundamentos de los Estados Unidos como un país construido con la contribución de diferentes culturas y nacionalidades de origen.

Con su llegada a la vicepresidencia, y su eventual inscripción en la carrera presidencial del siguiente cuatrienio, crece la constelación de mujeres al mando de asuntos esenciales para el gobierno del mundo. El hecho de que, desde la cúspide del gobierno de los Estados Unidos, alguien se sume a un grupo creciente de estrellas que ya han demostrado su solvencia y su idoneidad en la conducción de asuntos anteriormente vedados para ellas, no solamente fortalece el creciente poder de las mujeres en la configuración de un nuevo espectro político, sino que representa un indudable avance democrático.

No estamos entonces ante una concesión graciosa, casualidad, ni acto de benevolencia de quien la escogió como fórmula en medio de una de las elecciones más reñidas de la historia reciente. Su escogencia es el reconocimiento a toda una trayectoria de presencia femenina en universidades, centros de pensamiento, partidos políticos y organizaciones civiles dedicadas a una gran variedad de actividades de interés común, dentro de las cuales figuran todas las ciencias y las artes. Es el refresco del relevo que van tomando las mujeres en un mundo que de pronto va a estar mucho mejor en sus manos.

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Atenas(06773)10 de noviembre de 2020 - 10:11 p. m.
Y como de costumbre, USA va a la vanguardia de grandes cambios en el mundo. Ahora con K.Harris toma la senda de las más grande posibilidad pa una fémina, la presidencia del Estado más poderoso del mundo y en apenas dos siglos de vida independiente bien cimentados. Admirable.
Adrianus(87145)10 de noviembre de 2020 - 09:51 p. m.
Señor Eduardo no debiera preocuparse por la formación que tiene la señora para manejar a EU en el cuatrienio siguiente. Es una persona preparada y al igual que Angela Merkel ( Alemania) y Jacinda Ardern (Nueva Zelanda), por sólo poner dos ejemplos, está en capacidad en tomar las riendas de esa nación.
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