Crecimiento cero, objetivo bienestar

Juan Pablo Ruiz Soto
25 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

“El que crea que en un mundo finito el crecimiento puede ser infinito es un loco o es un economista”, Kenneth Boulding (1910-1993), presidente de la Asociación Americana de Economía. El COVID-19 demuestra la vigencia de esta afirmación. La crisis mundial señala que el objetivo del desarrollo tiene que cambiar: no puede seguir atado al crecimiento económico.

Globalmente, un mayor bienestar está determinado por una mejor distribución. La desigualdad genera malestar en los pobres y en el conjunto social. Si todos tenemos lo básico, todos viviremos mejor. Equidad debe ser el propósito principal en el nuevo mundo.

En los países ricos: europeos, árabes, Japón, Corea del Sur, Estados Unidos, Canadá, Australia, entre otros, ya no es necesario un mayor ingreso per cápita; más riqueza y mayor tasa de crecimiento económico no significan mayor bienestar. Allí, el nivel actual de bienes y servicios disponibles para la comunidad es más que suficiente. Los economistas ortodoxos que señalan que mayor consumo significa mayor bienestar y que el motor de la acumulación es indispensable se están quedando solos. La naturaleza los está aislando.

Otras fuerzas deben mover al productor. La competitividad y el motor del cambio tecnológico ya no puede ser disminuir costos y aumentar utilidades. Ahora, debe ser la reconversión tecnológica para la producción de bienes y servicios que se generen con sistemas productivos amigables y sostenibles. Quien no logre este ajuste tecnológico tendrá que desaparecer como productor. Esta es la nueva condición que pone la naturaleza.

Como consumidores debemos asignar nuevos valores a lo que los economistas llaman las curvas de demanda y las de indiferencia. Tenemos que asignar mayor valor a los productos que provienen de procesos productivos sostenibles y amigables con el planeta y despreciar aquellos que generan mayores impactos ambientales negativos. Preferir alimentos producidos en zonas cercanas antes que aquellos alimentos exóticos venidos de lugares lejanos. Comida producida orgánicamente por encima de aquella producida con uso intensivo de agroquímicos. Ropa sencilla de larga duración por encima de la que nos lleva a cambios frecuentes e innecesarios. Empaques naturales y rechazo a empaques desechables no biodegradables. Lo que podemos reusar por encima de lo que tenemos que desechar. Reusar antes que reciclar y reciclar antes que desechar. Transporte público por encima del privado y la bicicleta por encima del transporte movido por energía fósil. Motocicletas eléctricas y no las de motor de gasolina. Autos pequeños y simples por encima de los autos de lujo movidos por grandes motores. Lo anterior y otros cambios requeridos solo son posibles si hay una modificación en los valores, en los objetivos últimos que perseguimos como sociedad.

Para generar el cambio, Gobierno y Estado cumplen un papel determinante. Un Estado fuerte y comprometido con el largo plazo y la sostenibilidad debe imponer restricciones a procesos contaminantes innecesarios y fijar impuestos altos al carbono y a otras externalidades negativas para acelerar el ajuste en los sistemas productivos.

El COVID-19, manifestación abrupta del planeta, demuestra nuestra fragilidad y arrogancia. Obliga a ciudadanos, gobiernos y empresarios a actuar y generar cambios importantes y permanentes para gestionar un planeta equitativo y sostenible. Como ciudadanos debemos iniciar ya, revisando y cambiando nuestros valores y hábitos de consumo.

 

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