Criminales carismáticos

Catalina Uribe Rincón
30 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.

El pasado 19 de noviembre murió en la cárcel el famoso criminal norteamericano Charles Manson, conocido por fundar una secta que asesinó brutalmente a al menos diez personas, incluida la actriz Sharon Tate. Como lo narra Charles Lindholm en su libro Charisma, Manson creció en un mundo de desdicha. Su madre lo abandonaba y lo reclamaba repetidamente. Utilizó su historia como ejemplo de redención para sus seguidores. Los miembros de su secta se identificaban con un líder capaz de sobreponerse y guiarlos en un renacimiento espiritual.

Manson promovió también una ideología de desprendimiento. Algunos cuentan que durante las orgías Manson tomaba distancia y les decía a todos cómo actuar y cómo dejarse ir. Su política era de “igualdad”. Todos debían compartir sus pertenencias, incluida la ropa, además de olvidar cualquier tipo de historia personal. “La familia”, como se llamaba la secta, vivía en un mundo sin pasado donde la única historia real era la de Manson. Él se convirtió en el mito del grupo. Sólo Manson podía mantener su nombre real.

Al igual que líderes como Hitler, mantenía sus órdenes vagas y a veces contradictorias haciendo que sus seguidores tuviesen que interpretar e intuir sus deseos. Esto iba acompañado de una necesidad de aislar a sus seguidores del “mundo real” trasladándolos lo más lejos de los centros urbanos. “Uno puede convencer a cualquiera de lo que sea si se lo insistes una y otra vez. Al principio no lo creerán en un 100 %, pero de todas maneras tendrán opiniones al respecto, especialmente si no tienen otras fuentes para informarse”, decía.

A pesar de lograr consolidar esta secta que se mantuvo por años, incluso estando él ya en la cárcel, Manson siempre negó ser una figura carismática. Según él, “cualquier tipo de atribución al carisma es una creación de los medios tratando de proyectar los miedos que amenazan a la sociedad”. Y su percepción no era del todo errada; miles de periodistas se obsesionaron con él entrevistándolo con regularidad, volviéndolo una cuasi celebridad al punto que ha sido tema de cientos de libros. ¿Quién tiene razón? ¿Son estos líderes verdaderamente tan carismáticos que son capaces de mover masas como arguyen los escritores, o son los escritores los que crean la figura para que la psiquis colectiva se exprese?

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