Zlatko Dalic ha tenido que apretar el rosario que lleva en la mano derecha, más que nunca en su vida, durante este Mundial. El oriundo de Bosnia-Herzegovina, como pocos entrenadores de fútbol, pone a Dios, a su familia y a la fe por delante en las estrategias.
Las cosas en su equipo funcionan parecido, tal como pasa en los países que han sido recientemente golpeados por la guerra. Todos los jugadores del finalista del Mundial son hijos de una guerra que tocó directamente a las ciudades y, cuando las cosas son así, la fe en Dios es vital para poder llevar la existencia. Hay que aferrarse a algo y los croatas sí que saben tragar veneno y seguir en pie.
Las historias de los jugadores son parecidas entre sí. Es el caso de Luka Modric, quien perdió a su abuelo en el conflicto y tuvo que soportar el sufrimiento de su madre mientras su padre combatía por su país. Se refugiaron en un hotel mientras todo pasaba y el escuálido Luka creció muy débil. Después, cuando se quiso hacer futbolista pocos le veían futuro por su contextura.
Hasta ahí la historia nos es muy familiar. Los nuestros también crecieron entre las balas, en muchos casos. La zaga central de Colombia, Dávinson y Yerry, para no ir más lejos, nació en el Cauca, una de las zonas más golpeadas por el conflicto armado.
Pero en los mundiales, muchas veces, la final la juega algún equipo que se destaca por su capacidad para saber sufrir, para convertir la adversidad en tiempo a favor. Argentina en 1990 y en 2014, que llegó al partido definitivo sin el talento de Messi, que pocas veces ha aparecido, e Italia en 1982, 1994 y 2006. Para citar algunos casos.
Algunas veces es suficiente para quedar campeones, pero llegar a la final de un Mundial, en el caso de Croacia, tras levantar cuatro veces marcadores en contra, es digno de ponerse de pie y aplaudir por varios minutos.
Por supuesto que cuenta la experiencia de Modric (33 años), Rakitic (30) y Mandzukic (32). La manera como han crecido en la vida a partir de una infancia dolorosa ha contribuido y, desde luego, la fe que mueve montañas y hace que los equipos se convenzan de que no existen los imposibles.
Pero es que en la cancha, a la hora de no equivocarse en los momentos definitivos, de no perder la paciencia con el marcador en contra y de efectividad, Croacia llegó a la final, y no lo descarten. No tiene el mismo talento que Francia, pero se han demostrado a sí mismos, en menos de un mes, cuatro veces de que todo se puede.
La fortaleza mental también marca diferencias y también necesita de buenas rachas. Croacia lo tiene claro.