Crónica de otra masacre anunciada

Marcos Peckel
12 de septiembre de 2018 - 02:00 a. m.

Suenan los tambores, los guerreros se aprestan para otra faena, los aviones cargan sus bombas mortíferas,  las víctimas resignadas a su destino, los perpetradores ríen, la llamada comunidad internacional espera consiente de su impotencia lista a rasgarse las vestiduras cuando el exterminio se consume. 

Tres millones de seres humanos, la mitad desplazados de otras regiones de ese gigantesco campo de la muerte llamado Siria están condenados a su suerte; morir, o huir, pero ya no hay para donde. Idlib, la provincia noroccidental de Siria es el último bastión de los “rebeldes sirios”, una pléyade de grupos de diversas ideologías en los que priman  los mas radicales islamistas del frente al Nusra, cuasi-filial de Al Qaeda, algunos reductos de ISIS y otros grupos que lucharan hasta la muerte contra la estrategia de tierra arrasada que impondrá Putin con sus cazas, los iraníes con las milicias shiitas indoctrinadas en el  odio a los sunitas y Assad ya saboreando la victoria final. Siete años de guerra han sumido al país en ruinas, más de 500 mil civiles han muerto, 15 millones, el 60% del total han sido desarraigados. La estrategia usada en Alepo; su destrucción total, se ha aplicado con éxito en otros lares desde que Putin, aprovechando la pusilanimidad de occidente, decidió intervenir en Siria para salvar a su aliado Bashar Al Assad.

Turquía cuya política exterior vis a vis Siria ha sido la madre de todos los fracasos, que ya alberga tres millones de refugiados sirios en su territorio, le implora a Putin que no ataque Idlib. Eso es como pedirle a un perro que no se coma el pedazo de carne que yace a centímetros de su hocico.

Estados Unidos y Francia tratando de mostrar algo de coraje a sabiendas de lo que se viene han advirtiendo a Assad que no utilice armas químicas contra la población. La verdad es que Assad no las necesita, bastan los bombardeos indiscriminados de la aviación rusa  y la limpieza étnica de las milicias pro-iraníes para acabar en pocas semanas la resistencia y proclamar otra victoria sobre los escombros y cadáveres que dejará la ofensiva. 

La primera gran lección que deja la guerra en Siria es la incapacidad del sistema internacional y sus instituciones de evitar un genocidio de la magnitud  del ocurrido en el país árabe a la luz de los reflectores del mundo.  La pregunta que surge entonces, dada la repetición de este tipo de cataclismos: el Holocausto, Ruanda, Camboya, Darfur, Bosnia y ahora Siria, es si la humanidad esta en capacidad de construir algún mecanismo que prevenga estas  matazones masivas o si simplemente toca hacerse a la idea que por más avances tecnológicos y sociales que se haya logrado, los instintos más básicos de los Estados, sus intereses y sus ambiciones prevalecen sobre lo demás.          

Para Assad y sus cómplices en el genocidio no habrá Nuremberg. ¿Y la CPI? Bien, gracias.

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