¿Cuál es el afán? Aguantemos un poco

Mauricio Rubio
18 de junio de 2015 - 05:01 a. m.

“Estoy sorprendida con lo que dices… Pareces mal asesorado. Sí, prometí que sería tu esposa; pero ¿debemos casarnos tan pronto? Nos convendría esperar, y tener algunas cosas para la casa”.

Esta decidida mujer no sólo se niega a precipitarse sino que defiende sus intereses firmemente, sin siquiera mencionar lo que piensa su familia sobre el compromiso. El comentario podría salir de una discusión actual entre dos profesionales con planes de boda aplazados por ella. Pero no, hace parte del proceso judicial que, en un pequeño pueblo inglés, John Newman emprendió contra Joan Wigg hacia 1530 por haber incumplido su promesa matrimonial. Ambos con veintitantos, él un poco mayor que ella, se trataba de modestos campesinos que, como era usual en la época, habían dejado sus hogares muy jóvenes para trabajar como sirvientes de familias más pudientes. A cambio, recibían alojamiento, alimentación y un pequeño excedente que les permitía ahorrar para comprar implementos domésticos, como quería Joan.

Al casarse, estas parejas formaban un hogar independiente uniendo sus recursos para establecerse. Hacían cuentas antes de tener hijos y lograban un tamaño de familia entre 4 y 6 personas. Pero lo verdaderamente excepcional de estas unidades familiares era la edad de la mujer al casarse, unos 25 años, que, sumada a su experiencia laboral, le permitía participar en las decisiones de la nueva familia nuclear. Las repercusiones de este arreglo atípico fueron tales que el historiador Alan Macfarlane sugiere que ya en el siglo XIII Inglaterra mostraba “una economía de mercado capitalista sin fábricas”. De hecho, un proceso de selección básico, el de pareja, estaba organizado racionalmente, con decisiones individuales, calculadas y sin influencia de terceros.

Wasila Tasi'u, una niña nigeriana de 15 años envenenó a su esposo de 35, con quien había sido forzada a casarse. Ha podido ser condenada a muerte pero hace unos días fue absuelta por un juez. Como se teme que su familia musulmana, que no la visitó mientras estuvo detenida, la obligue de nuevo a casarse con alguien mayor, una fundación que promueve la educación de niñas la apoyará. La reacción extrema de Wasila ilustra el infierno que viven millones de jóvenes. “El veneno -único escape posible hacia la libertad– surgió de la imaginación salvaje de una niña ingenua y deprimida atrapada en un matrimonio forzado y doloroso con un hombre mucho mayor” anotó un abogado que siguió de cerca el caso.

El progresismo colombiano, endosado por la Corte Constitucional, no ha tenido inconveniente para aceptar que, en varias etnias, sea común que niñas apenas púberes se casen o convivan con hombres adultos. Un par de piruetas intelectuales bastan para hacer coherente ese exabrupto con derechos fundamentales, libre desarrollo de la personalidad y superación de la pobreza.

Las niñas esposas en el país no son pocas. Casi 3 millones de colombianas estaban casadas o en unión libre a la edad de Wasila. Este segmento de uniones prematuras concentra (52%) las mujeres con educación primaria o menos. Entre la población femenina sin conocimientos suficientes para el mercado laboral, la participación política e incluso la crianza, las emparejadas precoces alcanzan a ser una de cada cuatro mientras entre las universitarias son una en cien.

Una ONG (ICWR) clasifica los lugares críticos del mundo para el matrimonio infantil con la proporción de menores de 18 en esa situación. Nigeria es líder con 75% de las mujeres casadas a esa edad. Para las jóvenes indígenas colombianas no se conocen datos, pero una vocera embera dio a entender ante la Corte Constitucional, sin que los magistrados se alarmaran, que en su comunidad la edad usual para casarse es varios años inferior a la del país de Wasila. Para rechazar los matrimonios precoces basta imaginar una niña de nuestro entorno, o de cualquier entorno, conviviendo con el treintañero más querido que conozcamos, sumarle algo de realismo conyugal -negociación sexual, repartición de tareas, irritabilidad, manipulación, trago, infidelidad, celos- y recordar que el cerebro adolescente aún está en formación.

República Dominicana y Nicaragua hacen parte de los veinte países donde más se someten niñas al yugo matrimonial. Colombia está por debajo, pero varios departamentos calificarían para una vergonzosa posición: Vichada, Amazonas, Caquetá, Guanía, Guaviare y Meta. No parece casualidad que en algunos de esos lugares haya habido alto reclutamiento de niñas para, entre otras obligaciones, atender sexualmente a comandantes guerrilleros cuarentones. Con menos educación, sin tierra, pero más madura, una campesina como Joan Wigg no hubiera sido tan fácil de engatusar.

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