Cuando el infierno es paisaje

Dora Glottman
24 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Entre los periodistas existe un código para clasificar una noticia: “Paisaje”. Una palabra que resume uno de los principios del oficio, que la noticia sea lo nuevo. Como cuando uno sale de paseo con la familia y se entusiasma con la primera vaca que ve con su ternerito. Les toma foto. Pero cuando llega a su destino las vacas son paisaje.

Eso era la embarcación Open Arms (que en español traduce Brazos Abiertos) cuando el mundo se enteró de su desgracia. El barco, que pertenece a una ONG con base en Barcelona, llevaba 40 días patrullando el Mediterráneo en un esfuerzo por evitar que este merezca el título de “el mar de sangre”, pues en sus aguas han muerto casi 700 personas en lo que va del año, en especial frente a la costa de Libia. En la madrugada del 2 de agosto, cuando aún no amanecía, dieron con su razón de ser. Encontraron dos precarias embarcaciones cargadas con migrantes africanos que naufragaban. En la primera venían 55 personas, en la segunda 69.

Hasta ahí, era paisaje. Incluso lo que pasó después sonaba a un titular tantas veces repetido. El gobierno italiano, por orden de su ministro del Interior, el ultraderechista Matteo Salvini, negó la entrada a los migrantes, argumentando que su país no será un campo de refugiados.

Tal vez Salvini no sabía o no le importaba —y me inclino más por esta segunda opción— lo que sucedía a bordo del barco. El Open Arms era un infierno. Sus pasajeros eran víctimas de la guerra que no soportaban un desplante más de la humanidad. Lo advirtió la tripulación desde el mismo día en que los recogió. “En estos momentos la emergencia es psicológica”, trinó esa noche uno de los médicos que trabaja con la ONG y contó que los rescatados traían sobre sus cuerpos señales de violencia y decían ser sobrevivientes de trauma y abuso sexual en Libia. Si eran el primero o el último barco de rescatados dejó de ser el punto, ese se lo llevó más bien Salvini, el líder populista que durante 19 días los mantuvo a la deriva y al borde de la locura.

“Como una bomba a punto de explotar”, así describió el capitán lo que pasaba en la embarcación, “o alguien corta el cable rojo y desactiva esta bomba o el Open Arms va a explotar”. Era tan evidente el desespero en el barco que algunos fueron evacuados por emergencias psiquiátricas y otros se lanzaron al agua con tal de no seguir ahí. Seis países europeos ofrecieron soluciones tibias. Otros ni se inmutaron. Salvini nunca cedió.

El Open Arms dejó de ser paisaje cuando apareció en escena el fiscal Luigi Patronaggio. Mi bisabuela decía que solo los ángeles y las aves vuelan. Entonces Patronaggio debe ser un ángel, porque llegó en helicóptero a Lampedusa desde Agrigento. Él sí entendió lo que el ministro del Interior no quiso ver. Fue hasta el barco acompañado por un psiquiatra y dos médicos generales.

El “ángel del helicóptero” es un hombre de 60 años, pelo largo y antiguo funcionario del servicio postal italiano. También resultó ser una voz sensata en medio de tanta crueldad. En minutos decretó una emergencia humanitaria en la embarcación, ordenó su desembarque y decomiso, y abrió una investigación a Matteo Salvini por posible secuestro de personas.

Este es el segundo pleito entre el ministro y el fiscal a cargo de la isla de Lampedusa. Esto mismo lo vivieron hace un año con otra embarcación, el Diciotti. Salvini dice que está listo para defenderse. Patronaggio solo rendirá cuentas a la justicia divina con la que, por cierto, está a paz y salvo.

 

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