Cuando la protesta es mujer

Catalina Uribe Rincón
14 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Ya van más de 15 días del paro y todavía oigo el mismo comentario: “¿Pero por qué es que están protestando? ¿Qué es lo que quieren?”, como si los carteles de los protestantes, los discursos de los voceros, los análisis de los medios y hasta las respuestas de los detractores no hubieran ya aclarado lo obvio. Más irritante aún es la forma en la que viene envuelta la pregunta. Suspiran y suben los ojos como si la protesta fuera el berrinche de niño chiquito que no se puede calmar porque no se puede entender. Y así, como ocurre cuando se quiere callar a una mujer, normalmente ignorada e infantilizada, la protesta pasó de ser una loca histérica a una berrinchosa persistente.

La retórica sexista con la que muchos abordan la protesta es imposible de ignorar. Pensemos sólo un segundo en los memes machistas. En algunos se pinta a la mujer como una loca que quiere controlar a su marido, en otros aparece celosa e imposible de apaciguar, y en la mayoría aparece cantaleteando al tipo relajado y tranquilo que sólo quiere “seguir con su vida”. La mujer es fastidiosamente quejumbrosa mientras él es todo un bacán. Una “bacanería” que se presenta como resultado de un desapego maduro de quien sabe distinguir entre las cosas importantes de la vida y las que hay que dejar atrás. No en vano, a los manifestantes se les trata de desocupados, “salen porque no tienen nada más que hacer”, de inmaduros, “esa es la pasión de la juventud”, o de caprichosos, “ojalá se les vaya el impulso en la Navidad”.

Claro, no todos ven en los protestantes una masa de fastidiosos inmaduros. Hay unos que se lo toman más “en serio”. Ellos, con su alma de tecnócratas, creen que entienden de este y todos los paros posibles y nos dicen cómo fue, cómo debió haber sido y cómo debería continuar la manifestación. El mansplaining, ese hábito masculino de explicarles a las mujeres cómo son las cosas, así sean ellas las directamente afectadas o las expertas en el asunto, es ahora dirigido hacia los manifestantes. Por ahí en Twitter, porque ahora todos son tuiteros, se lee: “El progreso sólo se logra paulatinamente”, “las políticas públicas no son perfectas”, “hay que informarse”, “las reformas sólo tienen efectos parciales, hay que tener cautela con lo que se pide”. Tranquilos, tranquilos, les dicen a los manifestantes. Con calma y por el ladito, pues al final de cuentas son ellos, y no quienes están en la calle, los que entienden de “lo público”.

Junto con el machismo simplón del bacán y la condescendencia pragmática del tecnócrata está la ilustración de la izquierda: “Yo sí conozco esta protesta porque es mía, porque yo la puse en marcha, porque sin mí no existiría”. Esta es la sutileza del leftist bro que cree que puede explicarnos cómo liberarnos de nuestra falsa conciencia para así asumir la verdadera conciencia, la suya. Los protestantes no es que sean histéricos e insensibles, pero desconocen las raíces de su inconformidad. Los manifestantes sienten pero no saben. Por eso necesitamos a un líder que los contenga, que los guíe, que los anime y los ilumine, y, sobre todo, que los controle. Al final del día, la protesta es mujer, ¿no? Y ella está ahí sobre todo para apoyar y validar.

 

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