Cuando nos volvamos a encontrar

Pedro Viveros
31 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

En 2008, el filósofo italiano, Umberto Eco, escribía una columna con el título “¡Atrás a todo vapor!”. El iPod era la novedad y para el escritor al comprar un ordenador se tenía que pensar que su cambio iba a ser tres años después. No sabía todavía la radicalidad en materia de intercomunicación que causaría el teléfono inteligente lanzado el 23 de junio de año 2007 por Steve Jobs. Desconocía la obsolescencia programada donde los tiempos son mucho menores para desusar un equipo. Ese mismo año otro mediterráneo, el expresidente francés Nicolás Sarkozy, pronunció una frase lapidaria ante la crisis económica resultado de la quiebra inmobiliaria mundial: “el capitalismo como lo conocimos va a cambiar partiendo de cero”. La COVID-19 los pone a ambos en vigencia.

Quién iba a pensar el primero de enero pasado que tan solo dos meses después 3.000 millones de terrícolas teníamos que estar resguardados en nuestras casas como lo hicieron en Nueva York en la pandemia conocida como la “gripa española” en 1918. Un remedio utilizado solo cuando no hay medicina que valga. Ningún especialista o visionario hubiera atinado a pensar que la economía más fuerte del mundo tomaría como medida para frenar el contagio, repartir dinero en los bolsillos de sus 320 millones de habitantes para evitar el congelamiento del consumo de los estadounidenses. ¿Keynes salvando a Trump?

La COVID-19 tiene a los fabricantes de automóviles produciendo ventiladores mecánicos para evitar muertes por neumonía. A las destilerías elaborando alcohol medicinal. Los “varados” diseñadores de trajes fastuosos de Hollywood, hoy confeccionan tapabocas a raudales. Los aviones son usados exclusivamente para viajes humanitarios. Los hoteles rediseñan sus vacías habitaciones para ser utilizados como hospitales. Los grandes centros de eventos son clínicas de tratamientos médicos de cuidados intermedios y las voces de los afamados artistas despachan conciertos en la sala de sus hogares. Nunca estuvieron más separados, a pesar de los miles de seguidores que tienen en sus redes sociales.

Hoy tenemos unos juegos olímpicos cancelados, mientras los deportistas se han convertido en profesores virtuales de educación física. Los medios de comunicación son cajas de resonancia de noticias duras y consultorios médicos en ondas electromagnéticas. Los parlamentos de los países parecen “soldados póstumos” a la espera de tuitear ideas siempre estrambóticas o endilgando culpas a diestra y siniestra, eso sí cobrando sueldo y con sus regiones anegadas en necesidades, mientras ellos están alejados y con tapabocas. Mientras tanto, un papa camina en solitario en medio de una atormentada Plaza de San Pedro, sin más arma que el verbo y un rostro asombrado por la inmensa soledad que tienen los líderes cuando el reto parece superior.  

Los cambios de las últimas semanas sin duda traerán nuevas formas de coexistencia. Novedosos escenarios económicos y políticos serán motivo de estudio y de análisis. Palabras como teleclases, teletrabajo, teleconferencia, que eran conocidas, pero primas lejanas, son hoy el diario vivir. La guerra es hoy la palabra usada para identificar un virus sin rostro mientras que, por su culpa, los fusiles también parecen temerle a este tipo de coronavirus. ¡Quién lo creyera!, una minúscula partícula contiene el inmenso poderío del vocablo paz. Algo positivo trajo esta epidemia inmisericorde.

Todos esos ajustes de nuestras vidas en algún momento nos permitirán volver a “lo normal como una nueva normalidad”. Es decir, a tomarle valor a respirar aire menos seco, caminar apreciando cada paso, tomar distancia de lo que hace de verdad daño. Apreciaremos como extraordinario saludar al vecino que por fin conocimos en una de las varias cuarentenas. Reivindicaremos nuestro oficio, cualquiera que este sea.

En el escrito antes mencionado, Eco también dijo: ¡Tendamos al futuro! Ojalá y por fin le demos la razón a Sarkozy esta vez.

@pedroviverost

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