Cuando Santa Fe o Millonarios juegan en el Campín

Óscar Sevillano
20 de abril de 2017 - 04:30 a. m.

Cuando un hecho de violencia sucede en un país distinto al nuestro, solemos lamentarnos y rasgarnos las vestiduras, como si en Colombia nunca se hubiese presentado tal cosa y como si nos fuese lejano.

Lloramos y aseguramos estar hastiados de la violencia e invitamos a los extranjeros que la padecen a calmar los ánimos, mientras aquí hacemos poco por apaciguar a quienes buscan la manera de entorpecer la tranquilidad ajena. Tan es así, que preferimos darle vía libre a las pasiones malsanas y nos vemos seducidos por quienes piden continuar con un escenario de guerra, en lugar de uno de paz.

Es así como nos sorprendemos cuando nos enteramos que a un hincha de Belgrano, en Argentina, lo arrojaron al vacío desde la tribuna del estadio durante el clásico contra Talleres. Pregunto: ¿hechos parecidos nunca se han presentado en Colombia?

Examinemos lo que ocurre en los alrededores del estadio El Campín en Bogotá, cuando Millonarios o Santa Fe juegan algún partido de futbol.

El territorio comprendido entre la calle 72 y calle 34, entre carreras 13 y 30, se convierte en verdaderas zonas de miedo. Miles de hinchas de ambos equipos van y vienen sin control, haciendo de las suyas, sembrando el pánico entre los transeúntes que deben asegurar sus celulares, bolsos y billeteras por temor a ser víctimas de algunos cuantos vándalos que portan las camisetas de los equipos de futbol.

Los habitantes de los barrios Teusaquillo, La Soledad, El Campín, Nicolás de Federmán, Galerías y demás lugares vecinos deben rezar unos cuantos Padre Nuestros y Ave Marías para que sus predios no se conviertan en blanco de las acciones destructivas de unos cuantos hinchas que actúan como una especie de huracán que destruye todo lo que encuentra.

Los usuarios de Transmilenio y del SITP se llenan de nervios cuando, al esperar el articulado o el bus que les ha de transportar, les ven llegar con caras intimidantes. Quienes ya están al interior de los buses deben soportar sus malos hábitos, el olor a marihuana y la patanería de uno que otro, cuando en el momento en que comienzan a cantar los himnos al equipo comienzan a saltar y a golpear los buses del articulado.

El miedo que siembran en los demás usuarios es tanto que ninguno se atreve a pedirles un poco de compostura, porque temen que entre el grupo de hinchas que les acompañan al interior del bus, bien sea un articulado o SITP, puedan encontrarse los típicos alías de las legiones del mal, es decir, el mugre, el cepi, el caspa, la regular, la araña, el chinche, el tripas, etc.

Como es normal en casos como estos en la ciudad de Bogotá, a la policía no se la ve ni en las esquinas, y a los pocos que se encuentran cerca no se puede acudir, porque son auxiliares bachilleres que están manipulando su celular o dialogando con alguien más.  Lo extraño de este asunto es que hace unos meses el director de la Policía anunció que las estaciones de Transmilenio se verían reforzadas por personal efectivo y que al interior de los buses irían uniformados vestidos de civiles, ¿se le habrá olvidado poner a funcionar la medida?

Hay decisiones extrañas, que no se entienden y muchas veces tampoco se comparten. Una de esas, el concentrar a los efectivos de la policía en el estadio El Campín, cuando los hechos violentos que protagonizan hinchas de Santa Fe y Millonarios, la mayoría son por fuera del lugar del juego, y no son delincuentes disfrazados de hinchas como comúnmente se dice en el periodismo, no sé si con el ánimo de quedar bien con los equipos de futbol: son hinchas, que no sean todos es otro asunto.

Es cierto, es lamentable que ocurran hechos violentos como el sucedido en Argentina, pero qué bueno sería que en Colombia nos examinemos hacia adentro, no sea que de pronto situaciones similares como estas ocurran y, como siempre, nos demos cuenta solo cuando la situación se sale de las manos

 

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